martes, 3 de septiembre de 2013

Una muerte llevadera (Capítulo 2)

CAPÍTULO 2.- EL CACHIMBA,  EL CHANCLETA Y EL RATA
–Ni menos que eso–  reafirmando la sentencia de su camarada.
                     Otras conversaciones agrias como la del “Cachimba” con”El Chancleta” acerca del baño del patio.
–¡Chacho, el olor a orín rancio y el amoníaco te queman los pelos de la nariz!– dice el “Cachimba”.
–A mí se me mete hasta la garganta, ¡y dura el “jodío”! – contesta” El Chancleta”.
                       Y las ilusiones utópicas con aventuras delictivas.
–Mira “Jamón”, ende que salga de aquí, agarro a la parienta, le dejo el chiquillo a mi madre –benditos abuelos– y me pego un viajito a Fuerteventura, yo y mi mujé na más. Lo tengo too pensao.
–¿Y las perritas “Cambao”?
–Eso na “Jamón”, tengo un bisni asegurado (sic).
                       Ayudan a pasar los días estas fantasías animadas. Alegran los corazones propios y ajenos porque el oidor también viaja con el dicente. Invitado de excepción, ya que siempre se acaba con:
–No te preocupes. Saliendo por la puerta y llamándote para hacernos juntos el trabajito y nos vamos los dos con las respectivas.
–Ya verás, ¡vamos a alucinar!
                       El caso es que el alucine dura lo que dura la conversación. Dura lo que tarda el viento en llevarse las palabras.
           El fútbol que no falte.
                       Él se mantenía invariable, inamovible en sus silenciosos monólogos. Una lucha interior llena de revelaciones íntimas escudriñando las profundidades de su corazón que, en ocasiones, le saturaban de inquietud con pensamientos que le asistían con una insistencia metálica, viviendo en un constante duelo hasta el punto de llevar la muerte reflejada en sus ojos.
                       Mientras, en el mundo de su alrededor, un cuerpo cruel, musculoso y tatuado hasta la saciedad y la ostentación había pinchado a “El Rata” por un quítame allá esas pajas.
                       “El Rata” se dedicaba a amaestrar cucarachas, ratones, grillos, hasta una rana (de extraña procedencia) con una increíble habilidad, pero no sé si era por la dificultad de la doma o por la poca paciencia del domador, los animalejos solían acabar estampados contra alguna pared del patio.
                       Paradojas del innombrable, “El Rata” estaba corriendo una suerte similar. Su cara marchaba camino de la enfermería con el mismo color de un neonato antes de recibir la palmada de la vida. Su agresor, acompañado por la cuadrilla de funcionarios, le seguía con esos ojos que, hermanados a una dura mirada, violenta y provocadora, son capaces de doblegar al más duro de los varones.