Ayer
Pestañas húmedas, mejillas
surcadas por lágrimas que salan la piel hasta quemarla. Ojos llenos de ríos de
sangre. Angustia que se atraganta y que otra angustia empuja desde tu garganta
hasta el estómago llenando esta guarida de pestilencia, de úlceras ansiosas.
Ayer es palabra maldita,
porque maldice mi conciencia que se ríe como una hiena perfumada de putrefacción.
Ayer es amnesia por temor al menor de los recuerdos. Ayer es fango, marea
revuelta. La, a veces, irreparable de un “no hice”, “no quise”, “no supe”. Ayer
no es pretérito. Ayer es hoy, Ayer es mañana, es sombra teñida de sombra.
Compañero dominante que te somete, que te subyuga, que te esclaviza. Una cadena
tan fuerte y sólida como corta, que te ata a la mezquina sensación del que ha
matado a un niño, a los sentimientos ajenos o a los propios. El ayer es el
asesino de tu tiempo, como una tela de araña que, además de tenerme atrapado,
me ciega, me enmudece, me ensordece, hace palidecer mi corazón y convierte mi
sangre en agua. Un enemigo conocido y tan temido como el mayor y más poderoso
de los ejércitos. Un batallón de pensamientos que convierte tus ideas en el
cáncer más agresivo y con la paciencia del que se sabe eterno.
Vencer el Ayer significa vivir
el Hoy e ilusionarme con el Mañana. Por ti desperdicié mi vida, por ti la
padezco en un sufrimiento sin el menor de los sentidos, en la más absurda de
las corduras, en la más cuerda de las locuras.
El miedo era atroz, por eso
giraba la cabeza constantemente para asegurarme de que sólo mi sombra me
seguía. (2005)