lunes, 2 de septiembre de 2013

Ayer

      Ayer
      Pestañas húmedas, mejillas surcadas por lágrimas que salan la piel hasta quemarla. Ojos llenos de ríos de sangre. Angustia que se atraganta y que otra angustia empuja desde tu garganta hasta el estómago llenando esta guarida de pestilencia, de úlceras ansiosas.
      Ayer es palabra maldita, porque maldice mi conciencia que se ríe como una hiena perfumada de putrefacción. Ayer es amnesia por temor al menor de los recuerdos. Ayer es fango, marea revuelta. La, a veces, irreparable de un “no hice”, “no quise”, “no supe”. Ayer no es pretérito. Ayer es hoy, Ayer es mañana, es sombra teñida de sombra. Compañero dominante que te somete, que te subyuga, que te esclaviza. Una cadena tan fuerte y sólida como corta, que te ata a la mezquina sensación del que ha matado a un niño, a los sentimientos ajenos o a los propios. El ayer es el asesino de tu tiempo, como una tela de araña que, además de tenerme atrapado, me ciega, me enmudece, me ensordece, hace palidecer mi corazón y convierte mi sangre en agua. Un enemigo conocido y tan temido como el mayor y más poderoso de los ejércitos. Un batallón de pensamientos que convierte tus ideas en el cáncer más agresivo y con la paciencia del que se sabe eterno.
      Vencer el Ayer significa vivir el Hoy e ilusionarme con el Mañana. Por ti desperdicié mi vida, por ti la padezco en un sufrimiento sin el menor de los sentidos, en la más absurda de las corduras, en la más cuerda de las locuras.
      El miedo era atroz, por eso giraba la cabeza constantemente para asegurarme de que sólo mi sombra me seguía. (2005)