jueves, 14 de noviembre de 2013

Agua de España (Capítulo 1)

Un despertar azorado fue el recibimiento del miércoles a Toñito el basurero. Estremecido, percibe el momento en que abrió los ojos: respiración entrecortada, 106 pulsaciones por minuto, golpes de fuerte sudor y rápidamente tensionado. Pavor, pero por qué, de qué. Estrechamente abrazado por la sensación de una catástrofe desconocida aún pero cargada de realidad. Estaba seguro de no estar viviendo un sueño, o mejor una pesadilla.
Ya no fue capaz de cerrar los ojos, tanto por el miedo como por la suciedad. Se le ocurrió hacerlo en un intento de dormir como fuera para huir o refugiarse de lo que le ocurría. Sus párpados no recibían la orden de su cerebro. Se estaba haciendo daño en las palmas de las manos con las uñas largas y ennegrecidas al apretar los puños.
Trató de concentrarse en el sentido del oído. Un goteo a intervalos de unos 3 ó 4 segundos entre gota y gota. Ningún ruido más, ni siquiera silencio.
Un ambiente cargado.
La vista era inútil, ni siquiera se acostumbró a la oscuridad como para distinguir siluetas. Le perseguían las brumas luminosas que le penetraban por todos sus poros y le rodeaban incitándole a tragar y tragar.
El olfato fue el siguiente sentido en el que fijó su atención. No tuvo que inspirar. Un tufo a salfumán mezclado con orín rancio le provocó y por unos momentos le conquistó por la fuerza. Sus partes estaban muy húmedas y al oler su mano comprobó que no era a causa del sudor como hubiera deseado que fuera. No sabía cuántas horas llevaba durmiendo, no podía saber si parte o la totalidad del orín rancio podría ser suyo. Al estar en posición fetal comprobó, sin gran esfuerzo, que se encontraba calzado con botas. Estaba totalmente vestido, incluso con una especie de gabardina.
Hasta ahora el miedo no le había permitido tomar la iniciativa para hacer más averiguaciones.
Debía pensar, una tarea harto difícil teniendo en cuenta su estado.
El gusto. No tenía gusto. La boca la sentía tan seca que parecía que hacía siglos que por su lengua, su paladar y sus labios no había pasado ni una sola gota de saliva.
¡Dios, qué sed!
Escuchó su pensamiento pero no identificó su voz.
La cabeza, sólo ocupada por un fuerte dolor, le avisaba de que algo había para justificar ese rabioso malestar, la resaca, clínicamente denominada jaqueca de resaca, causada habitualmente por la ingesta desmedida de alcohol
Y revivió entre los ardores, el frío y su miedo que no cesaba, cuando su abuelo prohibió que siguieran vendiendo colonia a granel concretamente Agua de España se llamabaa los borrachines de la plaza que venían a comprarla por litros 0.25 ptas. el litro al averiguar por boca de uno de ellos que la utilizaban para bebérsela. Una noche a la intemperie para que se evaporara la fragancia, obteniendo un alcohol de alta graduación y con cierto sabor a jazmín o a claveles. Vete tú a saber.
Toñito, por más esfuerzos que hacía, no lograba recordar. Sabía que sus últimos pasos los dio con Felo, el chófer, y por deducción podría estar en su casa. ¿Y el miedo? Aún más, ¿y el terror que lo paralizaba? Se incorporó lentamente para no romper el silencio utilizando como referencia sonora el goteo. Ahora el miedo era más racional, menos convulsivo.

Agua de España (Capítulo 2)

“Aunque si hablamos del miedo, no podemos hacerlo sólo como si se tratara de una emoción,
aunque esté así considerada. El miedo continúa siendo un enorme y retador enigma científico. No tiene clasificación, no posee ubicación biológica ni historia clínica, no tiene cura ni tratamiento. El miedo es algo tan apasionantemente curioso y extraño que a pesar de poseer una gran utilidad, es verdaderamente dañino, le crecen brazos de abismos entre tinieblas y ambiente de zozobra, aparece la desconfianza en los arrestos frenando la confianza propia, turba, desecha deseos, provoca una insufrible inercia que paraliza, se trata de un fantasma que espanta al más osado valor. Un arma de doble filo. Esta incógnita tiene tratamiento de irracional, lo que no se sabe hasta cuándo, pero casi seguro de que a lo largo de la primera mitad del siglo XXI ya se dispondrán de datos científicos sobre él”. ¡En medio de esta emboscada física, aún podía pensar!
Le quedaba el tacto. A Toñito la agitación se le había aplacado, irguió su cuerpo y empezó a tentar a su alrededor estirando los brazos ante sí buscando inseguro obstáculos invisibles. Avanzó lentamente, arrastrando sigilosa y tímidamente los pies hasta una pared. Notó sus abollones, la humedad y la pintura que se desprendía con el roce de sus dedos. De repente algo frío, lo que supuso era un espejo. Lo golpeó con suavidad con el nudillo índice cerciorándose de la suposición. No recordaba absolutamente nada. “Esta vez la tajada tuvo que ser descomunal, de hecho, el olor del sudor era etílico y los ojos le ardían”.
En un acceso de angustia sacudió la cabeza tratando de detener los colores que circulaban a gran velocidad alrededor de su cabeza. Sus ojos descubrían unos rayos de luz a ras del suelo que salían seguramente de lo que sería una puerta. Se olvidó del miedo y tropezó con lo que bien podría ser una botella, indudablemente no de agua. Tocó madera y tanteó buscando un pomo. Por fin, un pomo, lo giró. Tiró de él y abrió la puerta.
Recordar su nombre no era gran cosa, sólo era un punto de partida.
–¡Joder, qué dolor de cabeza!
Empezó la operación del sentimiento de culpa –inherente a toda borrachera agravado con una bajada en picado del amor propio. Sentir asco de uno mismo es la peor de las sensaciones.
La panza de burro derramaba una luz fantasmal. Estaba solo. Había escapado del ojo omnividente de familiares e inquisidores, pero no de sí mismo, del miedo resonando en el cuerpo, de la voz ardiente que no reconocía, del dolor y de sus pensamientos despedazándose ferozmente.