martes, 3 de septiembre de 2013

Una muerte llevadera (Capítulo 1) Primer Premio. Concurso Relatos Cortos "Ángel Guerra" 2011

CAPÍTULO 1.- EXPÓSITO
                           Una figura enjuta, estirada, con cara de pocos alimentos forrada con una barba escasa, canosa y recia que surcaba su mentón sin la menor disciplina y en la que sólo resaltaba un cigarrillo que de forma perpetua se consumía pegado al labio inferior, esperaba apoyada a la sombra de un olivo con postura flamenca. Párpados cansados escoltados por dos notables bolsas amoratadas. Sus ojos siempre mirando a los pies.
–  ¡¡Aguador!! ¡¡Aguador!!
              Gritos que como llamaradas rompían el silencio de los campos de cultivo.
              Entonces, él dejaba su distracción favorita, que era observar a las tortugas saliendo de la ribera del escueto río que atravesaba el latifundio y, acémilamente, cargaba los cántaros de agua que saciaba la rabiosa sed de los jornaleros.
              Andaba con la junta al hombro, dejando atrás a sus parsimoniosas amigas. No hablaba, no sentía… No sufría ni el peso de los cántaros.
–  ¿Debajo de quién estará la Remigia, Aguador?
–  Ja, ja, ja
–  ¿Debajo de quién estará la Remigia, Aguador?
                 Y volvía a su olivo, pues a pesar del alivio por el agua consumida volvía con más peso: el de la pena.
                 Un día los vio.
–  Con el capataz no, Remigia. Con el que me pega, no. Con el capataz no.
            La Remigia era una hembra regocijada, desgreñada y maltrecha que despedía olor a orín rancio. Nalgas prominentes, pechos de matrona a pesar de no haber engendrado y ojos sin brillo. Lejana ya la delicadeza lozana de sus cabellos y el color cal de sus dientes. De su juventud, únicamente perduraba el asedio de los varones.
                       Él sintió y pensó.
                       Con una navaja cortó el cuello de una de sus lentas amigas y mezcló su sangre con sus lágrimas vertiendo el mejunje en los cántaros.
–  ¡¡Aguador!! ¡¡Aguador!!
                       Y todos bebieron de su agua.
                       El campo quedó sembrado de cuerpos inertes con los ojos clavados en el cielo.
                       Alguno aún pitaba de forma casi sorda
–  ¡¡Aguador!! ¡¡Aguador!!
Y un golpe de pecho con tos de tabaco picadura retumbó en los campos.
Has gritado tu silencio
sobornando a tu conciencia.
Has callado tu dolor,
envejeciendo tu pena.
Y
de una vida insoportable
has hecho
una muerta llevadera. (2010)