domingo, 1 de septiembre de 2013

Galería de almas (Capítulo 1)

Capítulo 1.- Saulo
Mientras se dirigía a aquel lugar innombrable, descubría, como cada día, el inmenso mar plateado. Apoyaba su mano en la ventanilla del coche  y pensaba en que el Mar Mediterráneo era un mar que terminaba, tenía límites, fronteras, muros, paredes rocosas y sin embargo el Océano Atlántico era libre, absoluto, sin fin, y si lo tenía, era porque cambiaba de nombre –así lo habían decidido los hombres que ponían nombre a las cosas-; su vista se entretenía entre el juego espumoso  del mar y las formas de las nubes capaces de provocar suaves precipitaciones, y sin querer implorar porque se declaraba no creyente, un deseo arrebatador –cercano al rezo- le inundaba, anhelaba que el tiempo pasara rápido, tanto que un zumbido intenso apretaba su cerebro, escalofríos a veces y otras exhalaba largamente y se tocaba la comisura de los labios, se los  mojaba con la lengua, a la vez que se limpiaba suavemente el lagrimal de sus ojos. 
Parecía que el coche no llegaría nunca, ojalá fuese así.  No había nada que decir. Silencio.  Tenía miedo. 
A Saulo nadie lo conocía bien. Era muy selectivo en sus relaciones. No permitía la entrada a su mundo. Se iba justo a tiempo de dejar encantados a los demás pero los demás no le encantaban a él.
El día de la llegada al centro penitenciario amaneció lloviznando, lo que entristeció todavía más a Saulo, aún así esa tristeza le gustaba, la agradeció. La habitación donde lo dejaron antes de proceder al ingreso estaba limpia. Allí esperaba solo. 
Estoy seguro de que su corazón no se le desmandaría en público, incluso cuando, como ahora, lágrimas casi invisibles se le deslizaban cara abajo. 
El cielo empezó a clarear, el aire se hizo más leve, transparente a la  luz del sol  por fin descubierto. Decidió disfrutar de la imponente visión del cielo que se vislumbraba por el estrecho ventanuco de la estancia.
De momento, sólo de momento, miraría el mapa que tenía enfrente y soñaría. Parece que todo está cerca por decirlo de alguna manera, al alcance de la mano, evidentemente no es así. Es fácil aceptar que un centímetro en el mapa equivalga a veinte  Km. en realidad, pero lo que no solemos pensar es que nosotros mismos sufrimos en la operación una reducción dimensional equivalente, por eso, siendo ya tan poca cosa en el mundo, lo somos infinitamente menos en los mapas. ¿Cuánto equivaldría en el mapa el espacio que ocuparía él durante el tiempo establecido por la ley? ¿A quién le importaba eso?