Capítulo 1.- Saulo
Mientras se dirigía
a aquel lugar innombrable, descubría, como cada día, el inmenso mar plateado.
Apoyaba su mano en la ventanilla del coche y pensaba en que el Mar
Mediterráneo era un mar que terminaba, tenía límites, fronteras, muros, paredes
rocosas y sin embargo el Océano Atlántico era libre, absoluto, sin fin, y si lo
tenía, era porque cambiaba de nombre –así lo habían decidido los hombres que
ponían nombre a las cosas-; su vista se entretenía entre el juego
espumoso del mar y las formas de las nubes capaces de provocar suaves
precipitaciones, y sin querer implorar porque se declaraba no creyente, un deseo
arrebatador –cercano al rezo- le inundaba, anhelaba que el tiempo pasara
rápido, tanto que un zumbido intenso apretaba su cerebro, escalofríos a veces y
otras exhalaba largamente y se tocaba la comisura de los labios, se los
mojaba con la lengua, a la vez que se limpiaba suavemente el lagrimal de sus
ojos.
Parecía que el coche no llegaría nunca, ojalá fuese
así. No había nada que decir. Silencio. Tenía miedo.
A Saulo nadie lo conocía bien. Era muy selectivo en sus
relaciones. No permitía la entrada a su mundo. Se iba justo a tiempo de dejar
encantados a los demás pero los demás no le encantaban a él.
El día de la llegada
al centro penitenciario amaneció lloviznando, lo que entristeció todavía más a
Saulo, aún así esa tristeza le gustaba, la agradeció. La habitación donde lo
dejaron antes de proceder al ingreso estaba limpia. Allí esperaba solo.
Estoy seguro de que su corazón no se le desmandaría en
público, incluso cuando, como ahora, lágrimas casi invisibles se le deslizaban
cara abajo.
El cielo empezó a clarear, el aire se hizo más leve,
transparente a la luz del sol por fin descubierto. Decidió
disfrutar de la imponente visión del cielo que se vislumbraba por el estrecho
ventanuco de la estancia.
De momento, sólo de momento, miraría el mapa que tenía enfrente y soñaría. Parece que todo está cerca por decirlo de alguna manera, al alcance de la mano, evidentemente no es así. Es fácil aceptar que un centímetro en el mapa equivalga a veinte Km. en realidad, pero lo que no solemos pensar es que nosotros mismos sufrimos en la operación una reducción dimensional equivalente, por eso, siendo ya tan poca cosa en el mundo, lo somos infinitamente menos en los mapas. ¿Cuánto equivaldría en el mapa el espacio que ocuparía él durante el tiempo establecido por la ley? ¿A quién le importaba eso?
De momento, sólo de momento, miraría el mapa que tenía enfrente y soñaría. Parece que todo está cerca por decirlo de alguna manera, al alcance de la mano, evidentemente no es así. Es fácil aceptar que un centímetro en el mapa equivalga a veinte Km. en realidad, pero lo que no solemos pensar es que nosotros mismos sufrimos en la operación una reducción dimensional equivalente, por eso, siendo ya tan poca cosa en el mundo, lo somos infinitamente menos en los mapas. ¿Cuánto equivaldría en el mapa el espacio que ocuparía él durante el tiempo establecido por la ley? ¿A quién le importaba eso?