Capítulo 4.- Pepe
Y escribía: “La actitud de Pepe provenía precisamente de su
concepto. Él se comportaba así porque creía que el mundo era así. Su
comportamiento es hosco, oscuro, duro, hasta sucio en ocasiones, porque está
seguro de que vive en un mundo rodeado de cosas así, de personas así, de
situaciones así. La negatividad es su carga y, además, adopta una postura pasivo
agresiva. No hace nada por cambiar su entorno y osa sumarse con fuerza. Creo
que si le invitas a ver un mundo diferente, más positivo, más grato, menos
agresivo, es posible que veas a un Pepe defensivo, incrédulo, desconfiado, a la
expectativa. Si le ofreces una versión diferente del ambiente te puede tildar
de mariconazo o de cualquier lindeza de las suyas. Incluso su
aspecto físico y sus maneras le delatan.
En una ocasión asistió al médico y le pidió un “quitapeos”
para sus gases. Una broma soez con maneras chulescas. Añadan, si pueden, a la
imagen, el sonido repiqueteante del chist chist que hace chiscando su
lengua contra sus dientes a modo de palillo para sacar restos de comida.
Iba sorteando los moribundos, incluso muertos que va
dejando en su pedregoso camino. Como el caballo de Atila, Othar, que allá por
donde pasaba no crecía la hierba, en este caso, la amistad.
Me pregunto la causa que le lleva a tener ese bio-ardor
inagotable, si es por experiencias traumáticas, si por una envidia insana,
si por un complejo de inferioridad. El caso es que pasar tiempo a su lado
tiene como consecuencia la amargura, la tensión, incluso la rabia. Pero, la
rabia se volvía contra él.
Se granjeó un alias: “El despreciable”. Su crítica negra,
constante, de todo lo que ve, oye, huele o saborea, de todo lo que se mueve, es
agotadora. Tras más de cinco minutos con él, te apetece sacar la cabeza en
busca de aire limpio, fresco.
Hay algo más que me enerva de este individuo llamado Pepe,
y es que todo lo que dice, hace o piensa tiene el secretismo del cobarde; la
intriga del vil y la hipocresía del canalla. Como un sinvergüenza en toda la
extensión de la palabra.
Pide y no por necesidad, sino para que tú dejes de tener,
aunque no le haga falta. Sus escrúpulos –si los tiene– son sutiles y puede
hacer leña del árbol caído sin mirar a quién. Es de los de “pase usted, señora
puta”…, mezcla educación con mala o poca educación; como si le hiciera daño la
amabilidad desnuda, a secas. Da una de cal y otra de arena. No sabe, no quiere,
no puede ser bueno por naturaleza. “¿Lo corrompió la sociedad?”, como dice
Rousseau.
El “cromagnon” se fijó en él para evolucionar a “homo
erectus” pero carecía de la materia suficiente para llegar a “homo sapiens”. Se
queda en un hombre de eructo fácil, de exabrupto rápido y de histriónica
hilaridad. Axilas ácidas, barba de cañones y aliento viejo y atabacado, cuando
no alicorado. O todo a la vez.
Una incógnita más sería conocer cuál es su escala de
valores, porque seguro es que la tiene. Al revés de lo que mandan los cánones
con las típicas honestidad, responsabilidad, humildad y etc., las suyas irían
por traición, manipulación, avasallamiento, egoísmo, egocentrismo, etc.
Éticamente estaría en las antípodas, sería el ejemplo típico de lo políticamente
incorrecto. Justo es decir que, a pesar de lo que han leído, no se imaginen un
monstruo. Tampoco es eso. Pero como dijo el afamado filósofo Antonio Díaz: “El
humano que se aleja de su condición se acerca mucho a la condición animal”. Es
el ser humano que se aleja del ser y dista mucho de llegar a humano.
Se plantea el dilema de la convivencia con semejante
compañero. Sencillo. Al principio es difícil, y luego ya se convierte en
insoportable. Sólo es cuestión de conocer su código.