domingo, 1 de septiembre de 2013

Galería de almas (Capítulo 4)

Capítulo 4.- Pepe
Y escribía: “La actitud de Pepe provenía precisamente de su concepto.  Él se comportaba así porque creía que el mundo era así. Su comportamiento es hosco, oscuro, duro, hasta sucio en ocasiones, porque está seguro de que vive en un mundo rodeado de cosas así, de personas así, de situaciones así. La negatividad es su carga y, además, adopta una postura pasivo agresiva. No hace nada por cambiar su entorno y osa sumarse con fuerza. Creo que si le invitas a ver un mundo diferente, más positivo, más grato, menos agresivo, es posible que veas a un Pepe defensivo, incrédulo, desconfiado, a la expectativa. Si le ofreces una versión diferente del ambiente te puede tildar de mariconazo o de cualquier lindeza de las suyas. Incluso su aspecto físico y sus maneras le delatan.
En una ocasión asistió al médico y le pidió un “quitapeos” para sus gases. Una broma soez con maneras chulescas. Añadan, si pueden, a la imagen, el sonido repiqueteante del chist chist que hace chiscando su lengua contra sus dientes a modo de palillo para sacar restos de comida. 
Iba sorteando los moribundos, incluso muertos que va dejando en su pedregoso camino. Como el caballo de Atila, Othar, que allá por donde pasaba no crecía la hierba, en este caso, la amistad. 
Me pregunto la causa que le lleva a tener ese bio-ardor inagotable, si es por experiencias traumáticas, si por una envidia insana,  si por un complejo de inferioridad. El caso es que pasar tiempo a su lado tiene como consecuencia la amargura, la tensión, incluso la rabia. Pero, la rabia se volvía contra él. 
Se granjeó un alias: “El despreciable”. Su crítica negra, constante, de todo lo que ve, oye, huele o saborea, de todo lo que se mueve, es agotadora. Tras más de cinco minutos con él, te apetece sacar la cabeza en busca de aire limpio, fresco. 
Hay algo más que me enerva de este individuo llamado Pepe, y es que todo lo que dice, hace o piensa tiene el secretismo del cobarde; la intriga del vil y la hipocresía del canalla. Como un sinvergüenza en toda la extensión de la palabra.
Pide y no por necesidad, sino para que tú dejes de tener, aunque no le haga falta. Sus escrúpulos –si los tiene– son sutiles y puede hacer leña del árbol caído sin mirar a quién. Es de los de “pase usted, señora puta”…, mezcla educación con mala o poca educación; como si le hiciera daño la amabilidad desnuda, a secas. Da una de cal y otra de arena. No sabe, no quiere, no puede ser bueno por naturaleza. “¿Lo corrompió la sociedad?”, como dice Rousseau.
El “cromagnon” se fijó en él para evolucionar a “homo erectus” pero carecía de la materia suficiente para llegar a “homo sapiens”. Se queda en un hombre de eructo fácil, de exabrupto rápido y de histriónica hilaridad. Axilas ácidas, barba de cañones y aliento viejo y atabacado, cuando no alicorado. O todo a la vez. 
Una incógnita más sería conocer cuál es su escala de valores, porque seguro es que la tiene. Al revés de lo que mandan los cánones con las típicas honestidad, responsabilidad, humildad y etc., las suyas irían por traición, manipulación, avasallamiento, egoísmo, egocentrismo, etc. Éticamente estaría en las antípodas, sería el ejemplo típico de lo políticamente incorrecto. Justo es decir que, a pesar de lo que han leído, no se imaginen un monstruo. Tampoco es eso. Pero como dijo el afamado filósofo Antonio Díaz: “El humano que se aleja de su condición se acerca mucho a la condición animal”. Es el ser humano que se aleja del ser y dista mucho de llegar a humano.

Se plantea el dilema de la convivencia con semejante compañero. Sencillo. Al principio es difícil, y luego ya se convierte en insoportable. Sólo es cuestión de conocer su código.