domingo, 1 de septiembre de 2013

Galería de almas (Capítulo 3)

Capítulo 3.- El patio
La capacidad de Saulo le facilitaba un comportamiento peculiar, ora lagartija, ora camaleón, ora elefante por su memoria descomunal, o su similitud con la jirafa, ya que sobresalía en la multitud igual que ella lo hacía, para observar los movimientos de los felinos depredadores, amenazando con los latigazos de su cola, su altura,  las pezuñas traseras, la zancada rápida y larga haciendo que cualquier carnívoro lo pensase dos veces antes de atacar.
Lo peor era la escasez de tiempo organizado, de actividades planificadas y el espacio pequeño para tantos convictos. El tiempo pasaba sin intimidad.  Él escamoteaba a las horas momentos para la lectura, que la necesitaba como el aire,  para escucharse, sentir su aliento, aislarse, ensimismarse, recorrer sensaciones, reconstruir realidades e imaginar lo impensable sin límites de movimiento y sin restricciones para mirar más allá de aquellos muros.

El punto de encuentro más visitado por todos, el patio. Allí la tensión se palpaba y la convivencia entre tantas personas convertía ese dominio en una zona experimental para la observación. Sócrates fumaba siguiendo los arabescos del humo mientras examinaba lo que se exponía abiertamente al público sin pudor y medía también su propio aguante, su capacidad para escudriñar por un lado, y para resistir hasta dónde quería margullar y saber del alma humana. Él era curioso. El día se extendía largo y lo empleaba en descubrir comportamientos de otros semejantes y que habían coincidido también en el tiempo y en el mismo lugar. Atesoraba improntas de ciertos personajes e iba dando forma, como lo haría un pintor en un lienzo, para exponerlos en su galería de almas.