Capítulo 3.- El patio
La capacidad de Saulo le facilitaba un comportamiento
peculiar, ora lagartija, ora camaleón, ora elefante por su memoria
descomunal, o su similitud con la jirafa, ya que sobresalía en la multitud
igual que ella lo hacía, para observar los movimientos de los felinos
depredadores, amenazando con los latigazos de su cola, su altura, las
pezuñas traseras, la zancada rápida y larga haciendo que cualquier carnívoro lo
pensase dos veces antes de atacar.
Lo peor era la escasez de tiempo organizado, de actividades
planificadas y el espacio pequeño para tantos convictos. El tiempo pasaba sin
intimidad. Él escamoteaba a las horas momentos para la lectura, que la
necesitaba como el aire, para escucharse, sentir su aliento, aislarse,
ensimismarse, recorrer sensaciones, reconstruir realidades e imaginar lo
impensable sin límites de movimiento y sin restricciones para mirar más allá de
aquellos muros.
El punto de encuentro más visitado por todos, el patio.
Allí la tensión se palpaba y la convivencia entre tantas personas convertía ese
dominio en una zona experimental para la observación. Sócrates fumaba siguiendo
los arabescos del humo mientras examinaba lo que se exponía abiertamente al
público sin pudor y medía también su propio aguante, su capacidad para
escudriñar por un lado, y para resistir hasta dónde quería margullar y saber
del alma humana. Él era curioso. El día se extendía largo y lo empleaba en
descubrir comportamientos de otros semejantes y que habían coincidido también
en el tiempo y en el mismo lugar. Atesoraba improntas de ciertos personajes e
iba dando forma, como lo haría un pintor en un lienzo, para exponerlos en su
galería de almas.