Capítulo 5.- Jacinto
Otro día, Saulo se fijaba en Jacinto que se situaba siempre
en el mismo rincón en el patio, aunque a veces tuviera que dar rodeos por haber
llegado otro antes que él, usurpándole su nido. Y va completando el perfil de
su compañero de Módulo: “Jacinto se comía la información a bocados, como
si tuviera síndrome de datos. Cuando hablas con él, es como un ordenador de
1,70 de alto, de 68 Kg, que engulle bits, gigas y megas del conocimiento más
heterogéneo. Ora teatro, ora historia romana, ora literatura clásica.
Entretiene y, a veces, apabulla su incontrolable e incansable afán por el
verbo “saber”. No le importa qué ni a quién ni por qué ni cuándo. Sólo importa
el ”yo no lo sé” y “lo quiero saber”. Un cotilla intelectual. Hace
latente el dicho "el saber sí ocupa lugar, lo que no ocupa lugar es la
ignorancia”.
Hace todo lo que tiene que hacer y deshace en silencio de
hilanderas. Él es de los de “muchas nueces y poco ruido”: no te das cuenta de
su presencia si no quiere que te des cuenta. Disfruta de una enorme ventaja con
una de las características de su físico: el color de sus ojos. Un azul tan
celeste que duele estar mucho tiempo mirándolos. Como cuando te asomas a un
mirador con un paisaje enorme, tanto, que no puedes abarcarlo con una sola
mirada. Sus ojos llegan a expresar más sonrisas, más risas que sus labios y el
resto de sus músculos faciales.
A mí me recuerda al protagonista de “Vive y deja vivir”. Su
simpatía es suave, sin estridencias, con gotas de burla y pillería. Tiene
andares de bailarín retirado con un ligero bamboleo a derecha e izquierda.
Hipnotiza su tono de voz. Hábil manejando datos, los estudia y reestudia, los
exprime hasta sacarles la última conclusión. Más habilidades como la social,
haciendo amigos y despejando enemigos o personas de escaso aporte.
No es vago, es justo con el trabajo y no hace más ni menos
que lo estrictamente necesario. Una postura ligeramente hedonista.”