Capítulo 7.- La paradoja
Y Saulo continuaba
escribiendo:
“Imagino que ahora
lo sabré. Esta es la paradoja, el secreto. Toda una vida sin el conocimiento
exacto de una existencia: Dios, vida después de la vida; una energía… Y ahora
que lo sé, que voy a saberlo, no lo puedo compartir.”
O... “El caso es que
cuando dejas de respirar, te asean, te maquillan, te visten con lo mejor de tu
ropero, te acomodan en una caja con fondo acolchado y laterales de madera –lo
que no comprendo puesto que no conozco a nadie que se haya caído por darse la
vuelta–, te colocan en una pequeña sala con una gran escaparate y, al otro
lado, sillas dispuestas como en los cines o en los teatros. ¡Qué muerto de
espectáculo! Plañidera situación, pero no lloran por ti: “ahora descansa”,
“pasó a mejor vida”, “ya dejó de sufrir”…Lloran por ellos”.
O…"Somos la
guerra para el pacífico, el odio para el amante, la cruz para los cristianos,
los parias para el hindú. Si la desesperanza tuviera su apología, nosotros
seríamos su abanderado, erguidos estandartes, orgullosos, engreídos…"
También
…"Palpan la vida como los ciegos, pasan sigilosamente como lobos por el
monte. Su vida es como una niebla espesa, inmóvil, hostil. Su vida, ¿es vida?”
O... “¿Fue una
ilusión? Esa espuma que aparece y desaparece caprichosamente cuando el mar está
picado, cuando la superficie del mar se ve sometida a los antojos del viento. Y
una roca. Estos elementos formaron el escenario natural de mi ¿sueño?
Permanecí horas que
parecieron minutos, incluso segundos, sentado en aquella roca, cual trono,
divagando con pensamientos que sólo creaban cierta ansiedad al sentirme incapaz
de ordenarlos. No pensaba en ti. Tú eras el pensamiento. Me dediqué a proyectar
en la líquida sábana azul un documental de ficción. Y te veía feliz. Y me
sentía feliz. Cada ola que rompía la tersura del agua suponía tu sonrisa y al
chocar contra la arena de la orilla, un guiño cómplice. Todo un privilegio.
Intentaba formar
parte de ese paisaje que no era un paisaje espiritual, ni ideal, era un paisaje
natural tan ágil e ilimitado que llegaba a cansarme la vista, Tenía la forma
perfecta a pesar de sus continuos y repentinos cambios.
¡Una ondina! Esa
ninfa acuática que debe ser parienta de las sirenas, sobrinas de Neptuno.
¿Cantaría como las sirenas? ¿Se acercaría lo suficiente como para poder
preguntárselo?
A pesar de la
distancia, su figura era nítida, juraría que podía distinguir hasta el color de
sus ojos. ¡Qué extraño! Se encontraba lejos como para oírme y, sin embargo, la
vista no se veía afectada. Disfrutaba de una rara perspectiva. No, no sé, no sé
explicarlo, pero era así. La veía lejos con una gran claridad.
Probé. Y hablé
marcando esa distancia visual, es decir, como si estuviera cerca. Le pregunté
lo más simple:
–¿Cuál es tu nombre?
Tardó en contestar o
me lo pareció.
–Alisa.
–¿Alisa?
Y a eso no me respondió…
Saulo se detuvo repentinamente y añadió: “A todo esto quiero decir que alguno
de estos cabrones me ha robado el mechero. No se puede juzgar un libro por su
portada, pero quién…”