domingo, 1 de septiembre de 2013

Galería de almas (Capítulo 7)

Capítulo 7.- La paradoja
Y Saulo continuaba escribiendo:
“Imagino que ahora lo sabré. Esta es la paradoja, el secreto. Toda una vida sin el conocimiento exacto de una existencia: Dios, vida después de la vida; una energía… Y ahora que lo sé, que voy a saberlo, no lo puedo compartir.”
O... “El caso es que cuando dejas de respirar, te asean, te maquillan, te visten con lo mejor de tu ropero, te acomodan en una caja con fondo acolchado y laterales de madera –lo que no comprendo puesto que no conozco a nadie que se haya caído por darse la vuelta–, te colocan en una pequeña sala con una gran escaparate y, al otro lado, sillas dispuestas como en los cines o en los teatros. ¡Qué muerto de espectáculo! Plañidera situación, pero no lloran por ti: “ahora descansa”, “pasó a mejor vida”, “ya dejó de sufrir”…Lloran por ellos”.
O…"Somos la guerra para el pacífico, el odio para el amante, la cruz para los cristianos, los parias para el hindú. Si la desesperanza tuviera su apología, nosotros seríamos su abanderado, erguidos estandartes, orgullosos, engreídos…"
También …"Palpan la vida como los ciegos, pasan sigilosamente como lobos por el monte. Su vida es como una niebla espesa, inmóvil, hostil. Su vida, ¿es vida?”
O... “¿Fue una ilusión? Esa espuma que aparece y desaparece caprichosamente cuando el mar está picado, cuando la superficie del mar se ve sometida a los antojos del viento. Y una roca. Estos elementos formaron el escenario natural de mi ¿sueño?
Permanecí horas que parecieron minutos, incluso segundos, sentado en aquella roca, cual trono, divagando con pensamientos que sólo creaban cierta ansiedad al sentirme incapaz de ordenarlos. No pensaba en ti. Tú eras el pensamiento. Me dediqué a proyectar en la líquida sábana azul un documental de ficción. Y te veía feliz. Y me sentía feliz. Cada ola que rompía la tersura del agua suponía tu sonrisa y al chocar contra la arena de la orilla, un guiño cómplice. Todo un privilegio.
Intentaba formar parte de ese paisaje que no era un paisaje espiritual, ni ideal, era un paisaje natural tan ágil e ilimitado que llegaba a cansarme la vista, Tenía la forma perfecta a pesar de sus continuos y repentinos cambios.
¡Una ondina! Esa ninfa acuática que debe ser parienta de las sirenas, sobrinas de Neptuno. ¿Cantaría como las sirenas? ¿Se acercaría lo suficiente como para poder preguntárselo?
A pesar de la distancia, su figura era nítida, juraría que podía distinguir hasta el color de sus ojos. ¡Qué extraño! Se encontraba lejos como para oírme y, sin embargo, la vista no se veía afectada. Disfrutaba de una rara perspectiva. No, no sé, no sé explicarlo, pero era así. La veía lejos con una gran claridad.
Probé. Y hablé marcando esa distancia visual, es decir, como si estuviera cerca. Le pregunté lo más simple:
–¿Cuál es tu nombre?
Tardó en contestar o me lo pareció.
–Alisa.
–¿Alisa?
Y a eso no me respondió…
 Saulo se detuvo repentinamente y añadió: “A todo esto quiero decir que alguno de estos cabrones me ha robado el mechero. No se puede juzgar un libro por su portada, pero quién…”