Que tu maleta construya cimientos
y tus piernas echen raíces,
que tus recuerdos sean el ancla
y tus manos..., tus manos
continuación de las mías.
Porque yo...
Yo no te digo adiós.
Que te lo digan ellos,
el aletear de un pájaro
o el badajo de una campana,
el flamear de la bandera
o el aire de las ramas,
el compás del diapasón
o el pañuelo del andén.
Que te lo digan ellos.
Porque yo...
Yo no te lo digo.
23/12/2001)
domingo, 15 de septiembre de 2013
miércoles, 11 de septiembre de 2013
Tengo miedo
Tengo miedo
Pero sospecho que temo
al temor del miedo.
Y espero,
esperando...espero,
que se apague
el grito de angustia desgarrado
con el susurro cercano
y amoroso de una voz.
Y se convierta,
el frío beso del mármol
en eterna calidez.
(2006)
Pero sospecho que temo
al temor del miedo.
Y espero,
esperando...espero,
que se apague
el grito de angustia desgarrado
con el susurro cercano
y amoroso de una voz.
Y se convierta,
el frío beso del mármol
en eterna calidez.
(2006)
martes, 10 de septiembre de 2013
Somos.
Somos
Somos los eremitas contemporáneos que nos alimentamos de una absurda inconsciencia,
del “no
pensamiento”. Esperpentos de la soledad como los cipreses del cementerio.
pensamiento”. Esperpentos de la soledad como los cipreses del cementerio.
Vagabundear en un laberinto es nuestra… ¿vida?
Recolectar miseria es nuestra misión y nuestra insumisión y nuestra
remisión. Islas rodeadas de vacío por todas partes, de ahí la mirada abismal.
Somos las lágrimas del perdedor, la angustia del derrotado…, somos el adiós al
difunto.
Creadores de irrealidad, errores del pasado, lacra del presente, estiércol
del futuro.
Espantapájaros en el desierto.
Somos ninguno, somos nadie, somos nada, somos nunca. El cero elevado a la
enésima potencia. El despojo de la desdicha. Construimos nuestras propias
tumbas para profanar nuestra propia muerte. Hedonistas en el vicio, onanistas mal
educados que se creen estrellas de su propio circo.
Somos la guerra para el pacífico, el odio para el amante, la cruz de los
cristianos, los parias para el hindú.
Si la desesperanza tuviera su apología nosotros seríamos su abanderados,
erguidos estandartes, orgullosos engreídos que buscamos en un billete de mil
perdones, mil súplicas, mil ruegos.
Somos la mentira, y la verdad es nuestra sombra. Mentira vestida de gala, empavonada
y empolvada con no sé qué sustancia que decora nuestras facciones del más
patético de los disfraces carnavalescos. Siempre en busca de una quimera que
nuestras mentes distorsionadas emborronan de realidades que no podrán ocurrir,
que no podrán suceder, que no podremos vivir, que no podremos sufrir.
Pero seré, seremos. Seremos algo, alguien. Seremos siempre. Savia nueva y
experimentada, raíces, tronco, ramas y frutos. Presente y futuro. Seremos
realidades, ilusiones y esperanzas.
Bandera en la cima.
martes, 3 de septiembre de 2013
Una muerte llevadera (Capítulo 1) Primer Premio. Concurso Relatos Cortos "Ángel Guerra" 2011
CAPÍTULO
1.- EXPÓSITO
Una figura enjuta, estirada, con cara de pocos
alimentos forrada con una barba escasa, canosa y recia que surcaba su mentón
sin la menor disciplina y en la que sólo resaltaba un cigarrillo que de forma
perpetua se consumía pegado al labio inferior, esperaba apoyada a la sombra de
un olivo con postura flamenca. Párpados cansados escoltados por dos notables
bolsas amoratadas. Sus ojos siempre mirando a los pies.
– ¡¡Aguador!! ¡¡Aguador!!
Gritos que como llamaradas rompían el silencio de los campos de cultivo.
Entonces, él dejaba su distracción favorita, que era observar a las tortugas
saliendo de la ribera del escueto río que atravesaba el latifundio y,
acémilamente, cargaba los cántaros de agua que saciaba la rabiosa sed de los
jornaleros.
Andaba con la junta al hombro, dejando atrás a sus parsimoniosas amigas. No
hablaba, no sentía… No sufría ni el peso de los cántaros.
– ¿Debajo de quién estará la Remigia, Aguador?
– Ja, ja, ja
– ¿Debajo de quién estará la Remigia, Aguador?
Y volvía a su olivo, pues a pesar del alivio por el agua consumida volvía con
más peso: el de la pena.
Un día los vio.
– Con el capataz no, Remigia. Con el que me
pega, no. Con el capataz no.
La Remigia era una hembra regocijada, desgreñada y maltrecha que despedía olor
a orín rancio. Nalgas prominentes, pechos de matrona a pesar de no haber
engendrado y ojos sin brillo. Lejana ya la delicadeza lozana de sus cabellos y
el color cal de sus dientes. De su juventud, únicamente perduraba el asedio de
los varones.
Él sintió y pensó.
Con una navaja cortó el cuello de una de sus lentas amigas y mezcló su sangre
con sus lágrimas vertiendo el mejunje en los cántaros.
– ¡¡Aguador!! ¡¡Aguador!!
Y todos bebieron de su agua.
El campo quedó sembrado de cuerpos inertes con los ojos clavados en el cielo.
Alguno aún pitaba de forma casi sorda
– ¡¡Aguador!! ¡¡Aguador!!
Y un golpe de pecho con tos de tabaco picadura
retumbó en los campos.
Has gritado tu silencio
sobornando a tu conciencia.
Has callado tu dolor,
envejeciendo tu pena.
Y
de una vida insoportable
has hecho
una muerta llevadera. (2010)
Una muerte llevadera (Capítulo 2)
CAPÍTULO
2.- EL CACHIMBA, EL CHANCLETA Y EL RATA
–Ni menos que
eso– reafirmando la sentencia de su
camarada.
Otras conversaciones agrias
como la del “Cachimba” con”El Chancleta” acerca del baño del patio.
–¡Chacho, el
olor a orín rancio y el amoníaco te queman los pelos de la nariz!– dice el
“Cachimba”.
–A mí se me mete
hasta la garganta, ¡y dura el “jodío”! – contesta” El Chancleta”.
Y las ilusiones utópicas
con aventuras delictivas.
–Mira “Jamón”, ende que salga de aquí, agarro a la
parienta, le dejo el chiquillo a mi madre –benditos abuelos– y me pego un
viajito a Fuerteventura, yo y mi mujé na
más. Lo tengo too pensao.
–¿Y las perritas
“Cambao”?
–Eso na “Jamón”, tengo un bisni asegurado (sic).
Ayudan a pasar los días
estas fantasías animadas. Alegran los corazones propios y ajenos porque el oidor
también viaja con el dicente. Invitado de excepción, ya que siempre se acaba
con:
–No te
preocupes. Saliendo por la puerta y llamándote para hacernos juntos el
trabajito y nos vamos los dos con las respectivas.
–Ya verás, ¡vamos
a alucinar!
El caso es que el alucine
dura lo que dura la conversación. Dura lo que tarda el viento en llevarse las
palabras.
El fútbol que no falte.
Él se mantenía
invariable, inamovible en sus silenciosos monólogos. Una lucha interior llena
de revelaciones íntimas escudriñando las profundidades de su corazón que, en
ocasiones, le saturaban de inquietud con pensamientos que le asistían con una
insistencia metálica, viviendo en un constante duelo hasta el punto de llevar
la muerte reflejada en sus ojos.
Mientras, en el mundo de
su alrededor, un cuerpo cruel, musculoso y tatuado hasta la saciedad y la ostentación
había pinchado a “El Rata” por un quítame allá esas pajas.
“El Rata” se dedicaba a
amaestrar cucarachas, ratones, grillos, hasta una rana (de extraña procedencia)
con una increíble habilidad, pero no sé si era por la dificultad de la doma o
por la poca paciencia del domador, los animalejos solían acabar estampados
contra alguna pared del patio.
Paradojas del innombrable, “El Rata” estaba corriendo
una suerte similar. Su cara marchaba camino de la enfermería con el mismo color
de un neonato antes de recibir la palmada de la vida. Su agresor, acompañado
por la cuadrilla de funcionarios, le seguía con esos ojos que, hermanados a una
dura mirada, violenta y provocadora,
son capaces de doblegar al más duro de los varones.
Una muerte llevadera (Capítulo 3)
CAPÍTULO
3.- LA INTROSPECCIÓN
El gran enigma era la
introspección de Expósito. Y él piensa que la fe es el sacacorchos de la
conciencia. Y él tiene fe. Lo que no sabía es si desde una sola ventana se ve
mejor la vida. Por eso quería ampliar sus miras hasta ahora sujetas, dominadas,
esclavizadas por los verdugos que amargaron su existencia.
Has gritado tu silencio
sobornando a tu conciencia.
Has callado tu dolor,
envejeciendo tu pena.
Y
de una vida insoportable
has hecho
una muerta llevadera.
Expósito recordaba estos versos.
De alguna forma era consciente de que su vida era una tragedia rodeada de
sátira por todas partes. Desterrado de su honor y de su dignidad, se conformaba de migajas de estima que
recogía a modo de gotas de rocío y con
esto alimentaba su ego, como acto de supervivencia anímica.
Por no cometer, no cometió ni el
pecado onanista que a tantos cuerpos y mentes alivia aquí, en el innombrable. Su único y primordial
desahogo era el orden y concierto que sus ideas iban tomando en su mente que,
hasta estos días, había ocupado todos sus esfuerzos en pensar, en no sentir
para no padecer, para no sufrir tanto como
parecía que se le tenía asignado en esta, su mala vida, su perra vida.
Él
vio la hoja caer
y
midió el tiempo en su vuelo.
Sólo
es larga la eternidad,
sólo
ella es eterna.
Siempre le gustó la poesía.
Una muerte llevadera (Capítulo 4)
CAPÍTULO
4.- EL DESENLACE. LA CATARSIS.
Ese día como otros días, amaneció.
Y ese día, como otros días, pasó el recuento matinal. Y como otros, bajaron
al patio en busca del desayuno. Ese día, también como otros días, comenzó el
protocolo de las asociaciones en el patio para los paseos o las tertulias en
los bancos. Un día como cualquier otro para muchos, para todos. O para casi
todos.
Pero ese día no era como
otros días. Ese día sus ojos no vieron los escalones de la escalera. Ese día
sus ojos se encontraron con otros ojos intercambiando miradas conscientemente
desprovistas de todo significado. Ese día sus ojos recibían el sol de lleno,
extrañando su fuerza, y en su mirada había cierto patetismo, seguramente por la
falta de contacto, y a pesar de ello, mantenían una distinguida languidez. Ese
día era distinto a los otros. Una apostura marcial había conquistado su cuerpo.
Su conciencia había
quemado los malos recuerdos y que estos se habían disipado como humo. La
conciencia puede someter al hombre a la más cruel de las penas. Lloraba y las
lágrimas ya no le escocían como si de veneno se tratase, ahora corren dulces
por sus mejillas: De repente, la paz
invadió su alma y un sabor goloso inundó su boca, ácida hasta entonces. Sus
músculos se destensaron, sus ojos sonrieron, su cara se pintó de bondad. Su
cuello, ya erguido, le permitió ver el cielo, que continuaba azul, como la
última vez que lo vio.
A pesar de tener un
corazón recio, su cuerpo había aguantado el paso del tiempo a duras penas. Y le
asaltó la impresión de que su vida había transcurrido con la misma velocidad
con que sucede en el cine. Pero la sensación de haber vomitado al mismo
demonio, le alivió. Ahora, en su mente, retumbaba el sosiego del silencio, y
era como si cada palabra fuese una composición musical. Volvieron a su espíritu
las vigorizantes influencias de las expansiones naturales de la juventud.
Con paso firme y seguro
se dirigió a la garita donde los funcionarios de prisión gastaban su tiempo
laboral. Se plantó en la puerta de entrada, esperó unos segundos a que le
prestaran atención y una vez logrado, con voz clara y amable:
–Yo ya me he
perdonado.
Acompañó la frase con una
sonrisa dulce, inocente, delicada y sin esperar respuesta alguna, dio media
vuelta y se incorporó a la vida en el patio. Todo con una exquisita prudencia. Los
funcionarios se miraron y comentaron jocosamente la actuación de Expósito como
si se tratara de una locura más a las que tan acostumbrados estaban.
Una muerte llevadera (Capítulo 5)
CAPÍTULO
5.- EL JUICIO
Con las manos entre sus
muslos, entrelazados los dedos por efecto de las esposas y los codos apoyados
en sus piernas, Expósito ocupó el primer banco de la Sala manteniendo la
postura cabizbaja. Y así permaneció durante todo el juicio. Ausente,
absolutamente ausente en cuerpo y alma. Ni uno de sus sentidos se estimulaba
con lo que allí ocurría.
Cuando el Sr. Juez reclamó
su atención, el policía que ocupaba un puesto a su espalda tuvo que avisarle
con un leve empujón. Pronunció la fórmula jurídica adecuada para estos casos y
le anunció al acusado el acuerdo unánime al que la Sala había llegado: “Culpable
de 14 asesinatos, por lo que se le
impone la pena de cadena perpetua”.
Sólo en ese momento,
Expósito cruzó su mirada con la del Sr. Juez que se mantenía impasible, con una
actitud flemática, acostumbrado a estas situaciones que le ofrecía su profesión,
y sintió el frío de un irrefrenable desprecio.
La Sala que había
permanecido callada –muda– hasta entonces que oyó la sentencia, rompió el silencio y un bullicio resultante de
la suma de 64 voces llenó la estancia. Había gente del pueblo, latifundistas de
la región, familiares, curiosos y hasta un periodista local –un joven
blanquecino, menudo, con gafas de concha que durante tres horas largas observó,
hipnotizado, la actitud indiferente que mostraba el reo.
Leía silabeando,
tomándose su tiempo, intentando comprender lo que le deparaban aquellos signos.
Mientras, el funcionario judicial, un hombre seco y robusto, lo observaba
impaciente intercalando frases explicativas sobre el documento con el fin de
apresurar la firma del reo. La suerte ya
estaba echada.
Al final del juicio,
reunido en el pasillo con su abogado defensor –un hombre con aire de total
indiferencia–, con voz de falsete, ridículo hasta la hilaridad, ya que parecía
estar rebozado en moscas, sintió cómo este retenía su mano, como promesa de que
en breve cuidaría de él mientras intercambiaba frases de agrado con el policía
que lo escoltaba. Y entonces le dijo interpretando una ligera angustia:
–Has
podido ver que he hecho lo imposible. Más no se puede hacer. De todas formas,
nos queda la baza del indulto. No te preocupes, seguiré de cerca tu caso y …
Levantó las manos mostrándole, conscientemente, los
grilletes para socorrerle del apuro y dejar de oír esa vocecita empalagosa.
Calló a la espera de sus palabras.
–No
quiero el perdón de los hombres, ni siquiera el del dios que ellos han creado.
Quiero mi perdón.
Pronunciada su sentencia, dos
tricornios le indicaron el camino inexorable hacia su nuevo futuro: el innombrable.
Y yo qué sé
Una simple mirada atrás que
rompe el futuro porque te conecta con tu pasado sin sentir, sin padecer, sin
sufrir el acongojo del herido de muerte. Que no desaparezca el tiempo en el
agua y que ni el viento te desvanezca en mi mirada para eternizar mi Yo en tu
Yo. Un tic y un tac, un campaneo, un compás descompensado latiendo en un
silencio desgarrador sin que la menor de las compasiones estremezca la mínima
ilusión de aquel que no mira atrás por el simple miedo a perder su norte, la
mirada del que busca un mañana, la seguridad del que teme no perder la locura
encerrado en su cordura. Invertir el tiempo para no depender del que te lo
sacrifique.
Cruz del infierno incendiada
de lágrimas que queman, de legañas que son como costras pegadas en la sensible
piel de los ojos. No son más que la búsqueda de poros impacientes que
desembocan en inquietud, en desasosiego, en ansiedad, que no te dejan vivir sin
más dilación, sin más demora, sin más multa que la de vivir.
Hasta hoy, nunca he pretendido
desaparecer de todo aquello que me haga sentir la menor de las emociones, que
no pueda desacreditar a aquellos que me
pudieran hacer guerrero de una batalla perdida. Ya no volveré a ser el mismo,
el ganador de las causas perdidas, la flecha del laberinto sin descubrir más
que un cúmulo de vanalidades que sangran mis venas, que convierten en sal todo
aquello. No es poder sin que alimente… (2005)
lunes, 2 de septiembre de 2013
Ayer
Ayer
Pestañas húmedas, mejillas
surcadas por lágrimas que salan la piel hasta quemarla. Ojos llenos de ríos de
sangre. Angustia que se atraganta y que otra angustia empuja desde tu garganta
hasta el estómago llenando esta guarida de pestilencia, de úlceras ansiosas.
Ayer es palabra maldita,
porque maldice mi conciencia que se ríe como una hiena perfumada de putrefacción.
Ayer es amnesia por temor al menor de los recuerdos. Ayer es fango, marea
revuelta. La, a veces, irreparable de un “no hice”, “no quise”, “no supe”. Ayer
no es pretérito. Ayer es hoy, Ayer es mañana, es sombra teñida de sombra.
Compañero dominante que te somete, que te subyuga, que te esclaviza. Una cadena
tan fuerte y sólida como corta, que te ata a la mezquina sensación del que ha
matado a un niño, a los sentimientos ajenos o a los propios. El ayer es el
asesino de tu tiempo, como una tela de araña que, además de tenerme atrapado,
me ciega, me enmudece, me ensordece, hace palidecer mi corazón y convierte mi
sangre en agua. Un enemigo conocido y tan temido como el mayor y más poderoso
de los ejércitos. Un batallón de pensamientos que convierte tus ideas en el
cáncer más agresivo y con la paciencia del que se sabe eterno.
Vencer el Ayer significa vivir
el Hoy e ilusionarme con el Mañana. Por ti desperdicié mi vida, por ti la
padezco en un sufrimiento sin el menor de los sentidos, en la más absurda de
las corduras, en la más cuerda de las locuras.
El miedo era atroz, por eso
giraba la cabeza constantemente para asegurarme de que sólo mi sombra me
seguía. (2005)
domingo, 1 de septiembre de 2013
Galería de almas (Capítulo 1)
Capítulo 1.- Saulo
Mientras se dirigía
a aquel lugar innombrable, descubría, como cada día, el inmenso mar plateado.
Apoyaba su mano en la ventanilla del coche y pensaba en que el Mar
Mediterráneo era un mar que terminaba, tenía límites, fronteras, muros, paredes
rocosas y sin embargo el Océano Atlántico era libre, absoluto, sin fin, y si lo
tenía, era porque cambiaba de nombre –así lo habían decidido los hombres que
ponían nombre a las cosas-; su vista se entretenía entre el juego
espumoso del mar y las formas de las nubes capaces de provocar suaves
precipitaciones, y sin querer implorar porque se declaraba no creyente, un deseo
arrebatador –cercano al rezo- le inundaba, anhelaba que el tiempo pasara
rápido, tanto que un zumbido intenso apretaba su cerebro, escalofríos a veces y
otras exhalaba largamente y se tocaba la comisura de los labios, se los
mojaba con la lengua, a la vez que se limpiaba suavemente el lagrimal de sus
ojos.
Parecía que el coche no llegaría nunca, ojalá fuese
así. No había nada que decir. Silencio. Tenía miedo.
A Saulo nadie lo conocía bien. Era muy selectivo en sus
relaciones. No permitía la entrada a su mundo. Se iba justo a tiempo de dejar
encantados a los demás pero los demás no le encantaban a él.
El día de la llegada
al centro penitenciario amaneció lloviznando, lo que entristeció todavía más a
Saulo, aún así esa tristeza le gustaba, la agradeció. La habitación donde lo
dejaron antes de proceder al ingreso estaba limpia. Allí esperaba solo.
Estoy seguro de que su corazón no se le desmandaría en
público, incluso cuando, como ahora, lágrimas casi invisibles se le deslizaban
cara abajo.
El cielo empezó a clarear, el aire se hizo más leve,
transparente a la luz del sol por fin descubierto. Decidió
disfrutar de la imponente visión del cielo que se vislumbraba por el estrecho
ventanuco de la estancia.
De momento, sólo de momento, miraría el mapa que tenía enfrente y soñaría. Parece que todo está cerca por decirlo de alguna manera, al alcance de la mano, evidentemente no es así. Es fácil aceptar que un centímetro en el mapa equivalga a veinte Km. en realidad, pero lo que no solemos pensar es que nosotros mismos sufrimos en la operación una reducción dimensional equivalente, por eso, siendo ya tan poca cosa en el mundo, lo somos infinitamente menos en los mapas. ¿Cuánto equivaldría en el mapa el espacio que ocuparía él durante el tiempo establecido por la ley? ¿A quién le importaba eso?
De momento, sólo de momento, miraría el mapa que tenía enfrente y soñaría. Parece que todo está cerca por decirlo de alguna manera, al alcance de la mano, evidentemente no es así. Es fácil aceptar que un centímetro en el mapa equivalga a veinte Km. en realidad, pero lo que no solemos pensar es que nosotros mismos sufrimos en la operación una reducción dimensional equivalente, por eso, siendo ya tan poca cosa en el mundo, lo somos infinitamente menos en los mapas. ¿Cuánto equivaldría en el mapa el espacio que ocuparía él durante el tiempo establecido por la ley? ¿A quién le importaba eso?
Galería de almas (Capítulo 2)
Capítulo 2.- La prioridad
La supervivencia ahora se convertía en una prioridad: vivir
allí y convivir, la principal tarea.
La tensión se apoderaba de Saulo diariamente y adaptarse al
medio era una cuestión fundamental. Al igual que los mamíferos que se
protegen de las agresiones e inclemencias con su pelaje, Saulo desplegaba todas
sus habilidades cautivadoras y que fascinaban en general a todo el género
humano y más en un sitio como aquel.
La elocuencia y su capacidad de respuesta, su preparación
académica, la facilidad que tenía para ponerse en el lugar del otro y las
habilidades sociales le valieron un respeto. Se convirtió en un punto de
referencia para redactar cartas a amantes esposas, novias y novios, hijos; se
desenvolvía hábilmente escribiendo instancias, reclamaciones, indulgencias,
recursos, felicitaciones y demás documentación generada en este lugar
innombrable.
Tenía un porte elegante, era delgado y alto, educado a
fuego, distante y de maneras suaves; sabía escuchar y comprender todas las
desgracias habidas y por haber, incluso era capaz de tener compasión por un
pederasta o por un asesino, paciencia con el ser más torpe y de clavar en su
oponente una mirada aterradora que se le salía de las órbitas con según qué
comportamientos, paralizando las malas intenciones de cualquiera y expulsando
por aquella boca bembuda los improperios y exabruptos más espeluznantes. Además
sabía escabullirse en el momento oportuno para que su luz no dejara de brillar
desprotegiéndolo ante aquel paisaje humano, aquella selva de comportamientos
encontrados, conductas equivocadas, escala de valores invertida, deformidades
en las capacidades, minusvalías psíquicas y físicas no tratadas, desafectos,
amantes trastornados, maltratadores, degenerados, violadores, asesinos,
mentirosos, marginados de cuerpo y alma y cualquier cantidad de indolentes,
culpables y no culpables, que requerían de sus servicios tan imprescindibles en
un medio como ese.
Galería de almas (Capítulo 3)
Capítulo 3.- El patio
La capacidad de Saulo le facilitaba un comportamiento
peculiar, ora lagartija, ora camaleón, ora elefante por su memoria
descomunal, o su similitud con la jirafa, ya que sobresalía en la multitud
igual que ella lo hacía, para observar los movimientos de los felinos
depredadores, amenazando con los latigazos de su cola, su altura, las
pezuñas traseras, la zancada rápida y larga haciendo que cualquier carnívoro lo
pensase dos veces antes de atacar.
Lo peor era la escasez de tiempo organizado, de actividades
planificadas y el espacio pequeño para tantos convictos. El tiempo pasaba sin
intimidad. Él escamoteaba a las horas momentos para la lectura, que la
necesitaba como el aire, para escucharse, sentir su aliento, aislarse,
ensimismarse, recorrer sensaciones, reconstruir realidades e imaginar lo
impensable sin límites de movimiento y sin restricciones para mirar más allá de
aquellos muros.
El punto de encuentro más visitado por todos, el patio.
Allí la tensión se palpaba y la convivencia entre tantas personas convertía ese
dominio en una zona experimental para la observación. Sócrates fumaba siguiendo
los arabescos del humo mientras examinaba lo que se exponía abiertamente al
público sin pudor y medía también su propio aguante, su capacidad para
escudriñar por un lado, y para resistir hasta dónde quería margullar y saber
del alma humana. Él era curioso. El día se extendía largo y lo empleaba en
descubrir comportamientos de otros semejantes y que habían coincidido también
en el tiempo y en el mismo lugar. Atesoraba improntas de ciertos personajes e
iba dando forma, como lo haría un pintor en un lienzo, para exponerlos en su
galería de almas.
Galería de almas (Capítulo 4)
Capítulo 4.- Pepe
Y escribía: “La actitud de Pepe provenía precisamente de su
concepto. Él se comportaba así porque creía que el mundo era así. Su
comportamiento es hosco, oscuro, duro, hasta sucio en ocasiones, porque está
seguro de que vive en un mundo rodeado de cosas así, de personas así, de
situaciones así. La negatividad es su carga y, además, adopta una postura pasivo
agresiva. No hace nada por cambiar su entorno y osa sumarse con fuerza. Creo
que si le invitas a ver un mundo diferente, más positivo, más grato, menos
agresivo, es posible que veas a un Pepe defensivo, incrédulo, desconfiado, a la
expectativa. Si le ofreces una versión diferente del ambiente te puede tildar
de mariconazo o de cualquier lindeza de las suyas. Incluso su
aspecto físico y sus maneras le delatan.
En una ocasión asistió al médico y le pidió un “quitapeos”
para sus gases. Una broma soez con maneras chulescas. Añadan, si pueden, a la
imagen, el sonido repiqueteante del chist chist que hace chiscando su
lengua contra sus dientes a modo de palillo para sacar restos de comida.
Iba sorteando los moribundos, incluso muertos que va
dejando en su pedregoso camino. Como el caballo de Atila, Othar, que allá por
donde pasaba no crecía la hierba, en este caso, la amistad.
Me pregunto la causa que le lleva a tener ese bio-ardor
inagotable, si es por experiencias traumáticas, si por una envidia insana,
si por un complejo de inferioridad. El caso es que pasar tiempo a su lado
tiene como consecuencia la amargura, la tensión, incluso la rabia. Pero, la
rabia se volvía contra él.
Se granjeó un alias: “El despreciable”. Su crítica negra,
constante, de todo lo que ve, oye, huele o saborea, de todo lo que se mueve, es
agotadora. Tras más de cinco minutos con él, te apetece sacar la cabeza en
busca de aire limpio, fresco.
Hay algo más que me enerva de este individuo llamado Pepe,
y es que todo lo que dice, hace o piensa tiene el secretismo del cobarde; la
intriga del vil y la hipocresía del canalla. Como un sinvergüenza en toda la
extensión de la palabra.
Pide y no por necesidad, sino para que tú dejes de tener,
aunque no le haga falta. Sus escrúpulos –si los tiene– son sutiles y puede
hacer leña del árbol caído sin mirar a quién. Es de los de “pase usted, señora
puta”…, mezcla educación con mala o poca educación; como si le hiciera daño la
amabilidad desnuda, a secas. Da una de cal y otra de arena. No sabe, no quiere,
no puede ser bueno por naturaleza. “¿Lo corrompió la sociedad?”, como dice
Rousseau.
El “cromagnon” se fijó en él para evolucionar a “homo
erectus” pero carecía de la materia suficiente para llegar a “homo sapiens”. Se
queda en un hombre de eructo fácil, de exabrupto rápido y de histriónica
hilaridad. Axilas ácidas, barba de cañones y aliento viejo y atabacado, cuando
no alicorado. O todo a la vez.
Una incógnita más sería conocer cuál es su escala de
valores, porque seguro es que la tiene. Al revés de lo que mandan los cánones
con las típicas honestidad, responsabilidad, humildad y etc., las suyas irían
por traición, manipulación, avasallamiento, egoísmo, egocentrismo, etc.
Éticamente estaría en las antípodas, sería el ejemplo típico de lo políticamente
incorrecto. Justo es decir que, a pesar de lo que han leído, no se imaginen un
monstruo. Tampoco es eso. Pero como dijo el afamado filósofo Antonio Díaz: “El
humano que se aleja de su condición se acerca mucho a la condición animal”. Es
el ser humano que se aleja del ser y dista mucho de llegar a humano.
Se plantea el dilema de la convivencia con semejante
compañero. Sencillo. Al principio es difícil, y luego ya se convierte en
insoportable. Sólo es cuestión de conocer su código.
Galería de almas (Capítulo 5)
Capítulo 5.- Jacinto
Otro día, Saulo se fijaba en Jacinto que se situaba siempre
en el mismo rincón en el patio, aunque a veces tuviera que dar rodeos por haber
llegado otro antes que él, usurpándole su nido. Y va completando el perfil de
su compañero de Módulo: “Jacinto se comía la información a bocados, como
si tuviera síndrome de datos. Cuando hablas con él, es como un ordenador de
1,70 de alto, de 68 Kg, que engulle bits, gigas y megas del conocimiento más
heterogéneo. Ora teatro, ora historia romana, ora literatura clásica.
Entretiene y, a veces, apabulla su incontrolable e incansable afán por el
verbo “saber”. No le importa qué ni a quién ni por qué ni cuándo. Sólo importa
el ”yo no lo sé” y “lo quiero saber”. Un cotilla intelectual. Hace
latente el dicho "el saber sí ocupa lugar, lo que no ocupa lugar es la
ignorancia”.
Hace todo lo que tiene que hacer y deshace en silencio de
hilanderas. Él es de los de “muchas nueces y poco ruido”: no te das cuenta de
su presencia si no quiere que te des cuenta. Disfruta de una enorme ventaja con
una de las características de su físico: el color de sus ojos. Un azul tan
celeste que duele estar mucho tiempo mirándolos. Como cuando te asomas a un
mirador con un paisaje enorme, tanto, que no puedes abarcarlo con una sola
mirada. Sus ojos llegan a expresar más sonrisas, más risas que sus labios y el
resto de sus músculos faciales.
A mí me recuerda al protagonista de “Vive y deja vivir”. Su
simpatía es suave, sin estridencias, con gotas de burla y pillería. Tiene
andares de bailarín retirado con un ligero bamboleo a derecha e izquierda.
Hipnotiza su tono de voz. Hábil manejando datos, los estudia y reestudia, los
exprime hasta sacarles la última conclusión. Más habilidades como la social,
haciendo amigos y despejando enemigos o personas de escaso aporte.
No es vago, es justo con el trabajo y no hace más ni menos
que lo estrictamente necesario. Una postura ligeramente hedonista.”
Galería de almas (Capítulo 6)
Capítulo 6.- Lolo
Una tarde cuaresmal, después de un gran aguacero, Saulo añoraba los olores de su casa, la algarabía de sus hermanas y sobrinos en la hora del almuerzo, las maneras de su madre, sus silenciosos movimientos al atardecer cuando la casa quedaba vacía. Recordaba cosas insospechadas como que los toalleros siempre tuvieran toallas, las alacenas de la despensa ordenadas según los alimentos, enumeraba despacio en su cabeza los pequeños detalles que agradaban y que su madre cuidaba con esmero alimentando siempre el cariño, porque ella atraía como el imán… Saulo decidió alejarse de los sueños. Soñar allí podía tener consecuencias inesperadas, recuperó el ánimo y dirigió la mirada hacia Lolo.
“Lolo teme la cultura y eso hace que la desprecie. Mi abuelo decía: “No desprecies al inculto, desprecia al que desprecie la cultura”. Y encima le tiene miedo al mismísimo miedo. No se permite sentir esa emoción, le parece un sentimiento para inferiores y Lolo no se quiere sentir inferior. Su gran logro es aparentar que no tiene nada. Pero no es un imprudente, un inconsciente, sólo alardea de su pueril valentía.
Un tipo anodino, insulso que se conforma con controlar una parcela ínfima de la vida, lo que corresponde a su entorno más próximo. Más allá está el abismo y carece de valor preciso para inspeccionar esa selva que se le antoja peligrosa y dañina. A mí me parece inodoro, insaboro, incoloro, me parece hasta pobre esa actitud de “Non plus ultra”, no sea que…
Es un hombre de mando de la TV en la mano, como el bastón del alcalde, y de dejar que pasen las horas (aunque tenga dificultades para entender una lección de Barrio Sésamo; y de películas subtituladas, ni siquiera ha oído hablar, por supuesto). Hasta su aspecto físico es vulgar, gris.
No es mala persona pero tampoco es buena. Ni regular. Es y de milagro biológico. Si no está no importa, y si está, casi tampoco importa. No quita pero tampoco da. Ocupa un lugar y respira, que para él ya es bastante.
Tiene miedo a aprender, puede que lo aprendido le agreda al echar por la borda ese somero conocimiento que tenía sobre cualquier cosa. Es de los que usa los libros para calzar la mesa y el lápiz como bastoncillo de oídos. Y no hay más. Las conversaciones con Lolo son tan pobres como su vocabulario. Maneja 60 términos, más o menos, y con eso se defiende, siempre, claro está en su lengua vernácula. Leer es una pérdida de tiempo y escribir una aventura que no está dispuesto a emprender. Aburrido. Una estafa de hombre.”
Galería de almas (Capítulo 7)
Capítulo 7.- La paradoja
Y Saulo continuaba
escribiendo:
“Imagino que ahora
lo sabré. Esta es la paradoja, el secreto. Toda una vida sin el conocimiento
exacto de una existencia: Dios, vida después de la vida; una energía… Y ahora
que lo sé, que voy a saberlo, no lo puedo compartir.”
O... “El caso es que
cuando dejas de respirar, te asean, te maquillan, te visten con lo mejor de tu
ropero, te acomodan en una caja con fondo acolchado y laterales de madera –lo
que no comprendo puesto que no conozco a nadie que se haya caído por darse la
vuelta–, te colocan en una pequeña sala con una gran escaparate y, al otro
lado, sillas dispuestas como en los cines o en los teatros. ¡Qué muerto de
espectáculo! Plañidera situación, pero no lloran por ti: “ahora descansa”,
“pasó a mejor vida”, “ya dejó de sufrir”…Lloran por ellos”.
O…"Somos la
guerra para el pacífico, el odio para el amante, la cruz para los cristianos,
los parias para el hindú. Si la desesperanza tuviera su apología, nosotros
seríamos su abanderado, erguidos estandartes, orgullosos, engreídos…"
También
…"Palpan la vida como los ciegos, pasan sigilosamente como lobos por el
monte. Su vida es como una niebla espesa, inmóvil, hostil. Su vida, ¿es vida?”
O... “¿Fue una
ilusión? Esa espuma que aparece y desaparece caprichosamente cuando el mar está
picado, cuando la superficie del mar se ve sometida a los antojos del viento. Y
una roca. Estos elementos formaron el escenario natural de mi ¿sueño?
Permanecí horas que
parecieron minutos, incluso segundos, sentado en aquella roca, cual trono,
divagando con pensamientos que sólo creaban cierta ansiedad al sentirme incapaz
de ordenarlos. No pensaba en ti. Tú eras el pensamiento. Me dediqué a proyectar
en la líquida sábana azul un documental de ficción. Y te veía feliz. Y me
sentía feliz. Cada ola que rompía la tersura del agua suponía tu sonrisa y al
chocar contra la arena de la orilla, un guiño cómplice. Todo un privilegio.
Intentaba formar
parte de ese paisaje que no era un paisaje espiritual, ni ideal, era un paisaje
natural tan ágil e ilimitado que llegaba a cansarme la vista, Tenía la forma
perfecta a pesar de sus continuos y repentinos cambios.
¡Una ondina! Esa
ninfa acuática que debe ser parienta de las sirenas, sobrinas de Neptuno.
¿Cantaría como las sirenas? ¿Se acercaría lo suficiente como para poder
preguntárselo?
A pesar de la
distancia, su figura era nítida, juraría que podía distinguir hasta el color de
sus ojos. ¡Qué extraño! Se encontraba lejos como para oírme y, sin embargo, la
vista no se veía afectada. Disfrutaba de una rara perspectiva. No, no sé, no sé
explicarlo, pero era así. La veía lejos con una gran claridad.
Probé. Y hablé
marcando esa distancia visual, es decir, como si estuviera cerca. Le pregunté
lo más simple:
–¿Cuál es tu nombre?
Tardó en contestar o
me lo pareció.
–Alisa.
–¿Alisa?
Y a eso no me respondió…
Saulo se detuvo repentinamente y añadió: “A todo esto quiero decir que alguno
de estos cabrones me ha robado el mechero. No se puede juzgar un libro por su
portada, pero quién…”
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