Embebida por los relatos de condenados, de difuntos que
no siempre se quedaban inmóviles en sus
pudrideros o navegando por el Averno, de resucitados, prostitutas –mujeres impuras- u otras de
bondad infinita, incestos, disputas atroces entre Satanás y Dios, siervos
fieles e infieles…, yo me relamía con las resurrecciones y los milagros. Marcaba con
estampitas las páginas de los que resucitaban, o de los milagros, donde
quedaban curados paralíticos, mudos, endemoniados, también había relatos de
transfiguraciones e incluso de los que negaban la resurrección, como los
saduceos.
Esos días transcurrían sólo interrumpidos por actos religiosos extraordinarios y declamanado el
“Tantum
ergo Sacramentum
Veneremur
cernui
et antiquam
documentum…”,
que logré aprenderme y recitarlo con entusiasmo inusitado sin
comprender absolutamente nada de lo que decía.
Así mis
ejercicios espirituales quedaban cargados de personajes, panegíricos,
pecadoras, publicanos y fariseos. Aprendí la historia sagrada pero no me dio
nunca paz. La lucha
encarnizada entre Satanás y Dios donde pusieron a prueba la dignidad de Job
para constatar la fidelidad debida a Dios –ejemplo de santidad, integridad y fortaleza ante las dificultades–, me causó una
impresión inenarrable; incluso
aumentaron mis malos pensamientos que quedaban flotando en el aire y mi temor
se acrecentó pensando en que tal vez Satanás y Dios pudieran encontrar otro
entretenimiento conmigo…., por mi deseo de no ser llamada por Él para ser monja
en las misiones…, aunque pudiera ser que si me confesaba…No, el cura era
representante de Dios en la Tierra.
Nunca más me
confesé, no.
Prefería pasar desapercibida y seguir leyendo a Pérez Galdós.
Autora invitada: Julia
Autora invitada: Julia