lunes, 21 de octubre de 2013

Tantum ergo (Capítulo 2)

Embebida por los relatos de condenados, de difuntos que no siempre se quedaban inmóviles en sus pudrideros o navegando por el Averno, de resucitados, prostitutas –mujeres impuras- u otras de bondad infinita, incestos, disputas atroces entre Satanás y Dios, siervos fieles e infieles…, yo me relamía con las resurrecciones y los milagros. Marcaba con estampitas las páginas de los que resucitaban, o de los milagros, donde quedaban curados paralíticos, mudos, endemoniados, también había relatos de transfiguraciones e incluso de los que negaban la resurrección, como los saduceos.
Esos días transcurrían sólo interrumpidos por actos religiosos extraordinarios y declamanado el
“Tantum ergo Sacramentum
Veneremur cernui
et antiquam documentum…”,
que logré aprenderme y recitarlo con entusiasmo inusitado sin comprender absolutamente nada de lo que decía.
            Así mis ejercicios espirituales quedaban cargados de personajes, panegíricos, pecadoras, publicanos y fariseos. Aprendí la historia sagrada pero no me dio nunca paz. La lucha encarnizada entre Satanás y Dios donde pusieron a prueba la dignidad de Job para constatar la fidelidad debida a Dios –ejemplo de santidad, integridad y fortaleza ante las dificultades, me causó una impresión inenarrable; incluso aumentaron mis malos pensamientos que quedaban flotando en el aire y mi temor se acrecentó pensando en que tal vez Satanás y Dios pudieran encontrar otro entretenimiento conmigo…., por mi deseo de no ser llamada por Él para ser monja en las misiones…, aunque pudiera ser que si me confesaba…No, el cura era representante de Dios en la Tierra.
Nunca más me confesé, no.  Prefería pasar desapercibida y seguir leyendo a Pérez Galdós.

Autora invitada: Julia