Él estaba sentado en la barra, de espaldas
a la puerta, enfrascado, nunca mejor dicho, en una amena conversación con el barman del hotel y acompañado, cómo no,
por el güisquito de rigor.
– ¡Hola Luis!
– ¡Hola mi amor! ¡Qué guapa! Mire, esta
es mi esposa.
Y
el barman deferentemente y con cara
de profesional:
–Mucho gusto, señora. Mis más sinceras
felicitaciones. Espero que ustedes sean muy felices. ¿Desea un aperitivo?
– ¡Tómate algo! –la animó Luis.
–Bueno. Póngame un “Martini blanco”, por
favor.
Purita
permaneció de pie junto a su marido, y este junto a la barra. El taburete alto
no era el asiento idóneo para un vestido de cena romántica.
Luis
apuró el güisqui y le indicó a su nuevo amigo que le sirviera otro.
Seguramente, con la intención de acompañar a su esposa. Pasaron casi 35 minutos
de animada charla con el barman, que
se llamaba Antonio. Charla intercalada con pequeñas interrupciones para atender
a otros parroquianos que se acercaban por el bar y que Luis aprovechaba para cumplir
fugazmente con su acicalada esposa. En una de esas, que Purita se atreve a
mostrarle su apetencia de cenar junto a su recién estrenado esposo, él,
ocurrentemente, le ofrece que tome asiento en la mesa del restaurante.
–Vete pidiendo, Purita. Me acabo la copa
y voy para allá. Te lo digo para que no estés aquí de pie como una estatua
–añadió.
Luis
se preocupaba de la comodidad de Purita.
– ¿Qué desea cenar la señora? –atentamente el maitre.
–Estoy esperando a mi marido, gracias.
– ¿Le gustaría tomar algo mientras
espera?
–Gracias, estaba tomando un Martini en
el bar.
–No se preocupe, se lo traeré.
El
maitre, con paso ético, se dirige al bar
y recoge la copa de la señora y aprovecha para avisar al entretenido esposo de que
su señora esposa lo espera sentada.
–Dígale que vaya pidiendo. Voy
enseguida, espetó secamente.
–Purita, no me gusta que mandes a nadie
a buscarme.
–Pero si yo…
– ¡No coño! No soy ningún niño para que
me tengan que ir a buscar.
Algo
molesta, osa contestarle:
–Bueno ya está, pero no lo hagas más.
La cena transcurrió aburrida. Frases cortas con
esforzada amabilidad y simpatía. La conversación, si se le podía llamar así, en
ningún momento alcanzó el grado de amena, y mucho menos interesante a pesar de
los esfuerzos de Purita.
Ya en la cama, ella pensó en que su rol pasaba
por ir conociendo, poco a poco, sus deberes de esposa fiel y diligente. Saber
los usos y costumbres de su hombre para que la empresa llegara a buen puerto.
La madrugada la acompañaba en sus pensamientos mientras Luis, al otro lado,
dormía sus güisquis –durante la cena apuró otros tres que le sirvieron para no
volver al bar y que ella, habilidosamente como le correspondía, lo arrastrara
hasta su habitación.