Luis pertenecía a ese tipo de gente que
supone que tu vida no tiene sentido sin su existencia. Y mantenía hasta la
saciedad esa actitud arrogante hacia su esposa. Unida a un profundo desprecio
por ese ingrato trabajo conocido como “tareas del hogar” en el que tanto esmero
y cariño ponía Purita. La irrespetuosa consideración la hacía parecer inferior
y empezó a sentirse cínica ante todo lo relacionado con la vida. Su vida
matrimonial se inició con un aterciopelado ocaso e iba derivando en un oscuro y
triste otoño lleno de abúlicas esperanzas. Desgraciadamente para ella, seguía
llena de normas interiores heredadas que actuaban como freno a sus deseos. Los
primeros rayos de luz que aparecieron el día de su boda desaparecieron
lentamente, al igual que al anochecer los niños abandonan una calle agradable.
Hubo
un tiempo en el que Purita pensó acudir a las mujeres de su vida que
significaban algo así como “el gran
consejo de ancianos”, pero por parte de su familia conocía la respuesta que se
acercaría mucho a la de D. Relio; y por la parte política, la imagen resultaba
poco halagüeña. Su suegra era una mujer de malas mañas, de entrañas tan rizadas
como los nudos de su mugriento pelo. Huraña con los que quería ser huraña y
falsa y estridente con los otros. Sus axilas hedían a lepra como su halitosis.
Triste Purita. Pobre Purita.
La
soledad se le manifestaba cada vez más envolvente, sólo
gracias a la vida de sus hijos se podía alimentar del aliento para seguir
viviendo. Ella les dio la vida, y ellos, agradecidos, se la devolvían en el
momento más delicado de su pobre y triste existencia.
No
molesta el inculto sino el que desprecia la cultura por no querer sentirse
inferior. Este es el caso de Luis; su prepotencia le impedía evolucionar.
Mantenía el temperamento del que hay que sujetar a palos.El lunes, 24 de enero, Luis fue
hospitalizado, el malestar de estómago
no disminuía. El cirujano extrajo una
moneda de las antiguas pesetas en una operación de urgencia –se la había
tragado cuando tenía tres años y nunca apareció. Entre su desordenada vida, a
pesar de los cuidados esmerados de su mujer, y los daños irreversibles de la
moneda que habían horadado las entrañas del cabeza
de familia, Luis tenía los días contados, la vida se volvía imposible en aquel
cuerpo maltratado.
“La
religión proclama la tolerancia y la benevolencia…
El
hombre es el que ha llevado el peso de la historia en su afán de proteger a la
costilla más débil... Ha llegado a la mortificación en su labor…
La
ética monoteísta cristiana subyuga a la mujer por su bien. Esta debe ser
consciente del papel preponderante que el Señor le ofrece al concederle el
poder divino de engendrar”. Oía Purita el sermón dominical de D. Relio con
resignación.
Purita abandonó la sacristía ese domingo con
una expresión dulce, serena, y con paso seguro se dirigió a su casa.
Desde el salón de su
casa escuchaba las noticias que emitía la radio. Al parecer D. Relio, el
párroco, había aparecido muerto en la sacristía de la parroquia. La estola podría
haber sido el instrumento del presunto estrangulamiento. También se encontraron
bolas de papel en su boca que contenían
el sermón que había pronunciado en lo que fue su última homilía. Descanse en
paz el barrio de …
Purita
cambió el dial y comenzó a escuchar música folclórica. Resultaba más agradable en
lo que preparaba la merienda, hoy especial para ir al parque con sus vidas, con
sus hijos.