jueves, 24 de octubre de 2013

Resignación (Capítulo 5)

                      Luis pertenecía a ese tipo de gente que supone que tu vida no tiene sentido sin su existencia. Y mantenía hasta la saciedad esa actitud arrogante hacia su esposa. Unida a un profundo desprecio por ese ingrato trabajo conocido como “tareas del hogar” en el que tanto esmero y cariño ponía Purita. La irrespetuosa consideración la hacía parecer inferior y empezó a sentirse cínica ante todo lo relacionado con la vida. Su vida matrimonial se inició con un aterciopelado ocaso e iba derivando en un oscuro y triste otoño lleno de abúlicas esperanzas. Desgraciadamente para ella, seguía llena de normas interiores heredadas que actuaban como freno a sus deseos. Los primeros rayos de luz que aparecieron el día de su boda desaparecieron lentamente, al igual que al anochecer los niños abandonan una calle agradable.
                              Hubo un tiempo en el que Purita pensó acudir a las mujeres de su vida que significaban algo así  como “el gran consejo de ancianos”, pero por parte de su familia conocía la respuesta que se acercaría mucho a la de D. Relio; y por la parte política, la imagen resultaba poco halagüeña. Su suegra era una mujer de malas mañas, de entrañas tan rizadas como los nudos de su mugriento pelo. Huraña con los que quería ser huraña y falsa y estridente con los otros. Sus axilas hedían a lepra como su halitosis. Triste Purita. Pobre Purita.
                              La soledad  se  le manifestaba cada vez más envolvente, sólo gracias a la vida de sus hijos se podía alimentar del aliento para seguir viviendo. Ella les dio la vida, y ellos, agradecidos, se la devolvían en el momento más delicado de su pobre y triste existencia.
                              No molesta el inculto sino el que desprecia la cultura por no querer sentirse inferior. Este es el caso de Luis; su prepotencia le impedía evolucionar. Mantenía el temperamento del que hay que sujetar a palos.El lunes, 24 de enero, Luis fue hospitalizado, el malestar  de estómago no disminuía.  El cirujano extrajo una moneda de las antiguas pesetas en una operación de urgencia –se la había tragado cuando tenía tres años y nunca apareció. Entre su desordenada vida, a pesar de los cuidados esmerados de su mujer, y los daños irreversibles de la moneda que habían horadado las entrañas del cabeza de familia, Luis tenía los días contados, la vida se volvía imposible en aquel cuerpo maltratado.
                              “La religión proclama la tolerancia y la benevolencia…
                              El hombre es el que ha llevado el peso de la historia en su afán de proteger a la costilla más débil... Ha llegado a la mortificación en su labor…
                              La ética monoteísta cristiana subyuga a la mujer por su bien. Esta debe ser consciente del papel preponderante que el Señor le ofrece al concederle el poder divino de engendrar”. Oía Purita el sermón dominical de D. Relio con resignación.
                              Purita abandonó la sacristía ese domingo con una expresión dulce, serena, y con paso seguro se dirigió a su casa.
                              Desde el salón de su casa escuchaba las noticias que emitía la radio. Al parecer D. Relio, el párroco, había aparecido muerto en la sacristía de la parroquia. La estola podría haber sido el instrumento del presunto estrangulamiento. También se encontraron bolas de papel en su boca que  contenían el sermón que había pronunciado en lo que fue su última homilía. Descanse en paz el barrio de …
                              Purita cambió el dial y comenzó a escuchar  música folclórica. Resultaba más agradable en lo que preparaba la merienda, hoy especial para ir al parque con sus vidas, con sus hijos.