jueves, 24 de octubre de 2013

Resignación (Capítulo 3)

                                   Toda una mujer de su casa. Ya se lo había ordenado D. Relio: “Sierva te doy…” y su bisabuela y su abuela y su propia madre se lo habían advertido aconsejándola. Ese determinismo familiar que herencia tras herencia iba de abuelos a nietas y de madres a hijas… Ese hipócrita y despótico régimen familiar que tiene como lema: “Todo para la mujer pero sin la mujer”, trenzaban un oscuro futuro para la pareja.  
                             
Purita, mujer del siglo XX, y afincada ya en el siglo XXI, convivía extrañada y confusa entre lo aprehendido mamado y grabado a fuego, y las nuevas y revolucionarias tendencias femeninas. Mujer de las de antes, de las que fregaban el piso de rodillas y que se acercaban más al estilo de vida de una geisha inculta que a una hembra emancipada. ¿Qué hacer? ¿Traicionar las enseñanzas ancestrales de las mujeres de su familia, –lo que se consideraría un desprecio, un insulto– o traicionar a esas extrañas que se hacen llamar camaradas de campaña de la ola feminista?
                              Dos hijos en tres años acabaron con sus dudas. Los designios del Señor, o mejor dicho, de su señor la obligaban a tomar “el camino de siempre”. Simplemente no quería complicaciones. Ella buscó mil maneras para quererlo y para que él la quisiera, pero se le gastó el cariño y la necesidad y el humor y las ganas de conversar para hacerse entender, no consistía sólo en no entrar en conflicto, únicamente buscaba espacios de paz para su familia, cierta estabilidad en ese abismo que se abría inexorablemente.
–Néstor, será mejor que te metas en la cama antes de que llegue tu padre, si no, ya sabes lo que va a pasar cuando se entere de tu suspenso.
                              Néstor, a pesar de sus doce años, pareció oír la voz del coco, como si su madre hubiera mentado al mismo Satanás, se apresuró a meterse en la cama, con la sábana inmaculada encima de la nariz y con los ojos abiertos de terror, a la espera del clásico sonido de la puerta –ya los cerraría según las presencias.
–¡Lo de este niño, que hace lo que le da la gana como tú, ya me está hartando. Y es culpa tuya, que lo consientes y le tapas todo!
–¡Luis, sólo es un suspenso en Inglés. El niño necesita clases particulares ya!
–¡Claro, claro, ahora le voy a pagar YO al vago de TU hijo unas clases particulares. Tengo cosas más importantes que el Inglés del niño!
                              Las palabras de Luis dolieron como puñales al rojo vivo. Esa primera persona que acaparaba la economía familiar y esa segunda que eludía las responsabilidades le estallaron en el cerebro y le aleteó el corazón.
                             Purita hacía y Luis deshacía. Purita llenaba la casa de calor y dulzura y Luis la enfriaba con desplantes. Purita construía una familia en la que imperaba el amor y el respeto y Luis la derribaba con sus palabras malsonantes y sus ausencias inexplicables. Triste Purita, pobre Purita.
                              La joven y bella esposa había perdido su lozanía. Su pelo, aunque siempre limpio, cuidado y peinado se había estropajado, sus ojos olvidaron el brillo, su piel se había fruncido y su semblante, el espejo de la sumisión dulce. Hasta en el vestir resultaba descuidada. Triste Purita, pobre Purita. Su sonrisa ya no tenía el revuelo de la juventud, aun siendo joven. Pobre y triste Purita.
                              Desde hacía unos meses los horarios de Luis eran intempestivos, muy variables, inesperados. Horarios poco familiares, con olor a leña de otro hogar, con calor de otra cama. Su trato cada vez más arisco, más distante, más desagradable e ingrato.
                              Era la indiscutible hegemonía del hombre. Las cosas como son.
                              Purita cumplía dominicalmente con sus deberes cristianos y aprovechó una misa para asaltar a D. Relio y pedirle audiencia.
                              El cura tenía una edad indefinida, aunque parecía joven. Su corriente religiosa no comulgaba con la de las nuevas generaciones, esas que se acercan a la teoría de la liberación, tampoco con los rigoristas vaticanos, pero sí la de los que se supone están con los nuevos tiempos. Además, mantenía su galanura tras el alzacuello, atraía con su magnetismo religioso a las feligresas y llevaba el tiempo suficiente en la parroquia como para conocer sus entresijos y a sus moradores.
–D. Relio, tengo miedo. Luis ha cambiado mucho y parece no estar a gusto en casa. Su mal humor va en aumento, ya no es tan cariñoso con los niños como antes. Y conmigo, D. Relio, conmigo es un extraño, me rehúye.
                              Don Aurelio, que así se llamaba:
–Purita, Purita…