jueves, 24 de octubre de 2013

Resignación (Capítulo 4)

                       
                               La voz del cura sonaba a suave reproche. Le hizo ver que se sentía defraudado. Le hizo ver que no tenía
claro su papel de amantísima esposa y abnegada madre. La hizo sentir responsable. Y lo que es más grave aún, la hizo sentir culpable. “Los del alzacuello son los mayores profesionales en el arte de la manipulación. ¿Hay alguna duda?”
–D. Relio, no sé qué más hacer. Creo que hay otra mujer.
–Procuraré hablar con Luis, pero Purita, piensa, no te falta de nada. Tienes tu casa, unos hijos adorables que van a buenos colegios, vacaciones en la playa… Luis trabaja mucho para ustedes. El hombre necesita desahogarse de tantas responsabilidades. Quizás sólo está cansado, agobiado por los problemas. Tú no sabes lo que cuesta sacar a una familia adelante. Ten paciencia, mujer. Resignación.
–¡¡¡Resignación!!! Le vinieron a la cabeza frases que eran sentencias en la boca de su madre: “Así son las cosas y así deben ser”. O ante reclamos de auxilio: “Es joven, mujer, se curará con la edad”.
                              Tras la entrevista con el cura, Purita, salió embotada de sentimientos: dolor, rabia, impotencia, soledad…Ninguno grato. Pero al menos, las cosas estaban claras. Ahora sabía qué hacer: resignarse.

–Luis, el viernes es el cumpleaños de la niña, querría hacerle una fiestita el sábado con sus amigas.
–El sábado…, el sábado… Mal día. De todas formas si es para las niñas…
–Pero, ¿no vas a estar?
–No, el sábado no puedo.
–Bueno, Luis…
                              Dejó la cocina y se sentó en el salón frente a la tele en actitud de “no molestar”. Un cartel, una pose que adoptaba últimamente, con mucha frecuencia. Purita tuvo miedo de suspirar. Sabía que eso molestaba a su marido.
                              Las noches en el tálamo transcurrían frías y largas, sus ojos conocían el techo de la habitación con la precisión de un topógrafo, y en muchas de ellas las lágrimas caían en secreto silencio a la almohada. Las ojeras, el único maquillaje de su cara. “¿Por qué razón Luis susurraba desde el teléfono de la alcoba?”
                              Preguntas que tenían una simple explicación y que Purita solucionaba con otra típica frase de la madre: “Ojos que no ven, corazón que no siente”. El corazón de Purita iba a estallar, pero resignación.
                              Durante el cumpleaños, las madres de las otras niñas susurraban. Qué triste está Purita, qué desmejorado su aspecto. ”Han visto a Luis salir del bloque de “esa”. Cada día se oculta menos”. Un secreto a voces que Purita no quería revelar a su familia.
                              “Que pase el tiempo, el tiempo todo lo cura; el tiempo pondrá las cosas en su sitio, es pasajero”…Mensajes que consolaban su desesperación, aunque el tiempo se encargaba implacablemente de hacerles perder valor y sentido. Y cambiaban entonces. “Esta es su familia, tiene dos hijos conmigo; sus hijos son lo más importante, no nos puede dejar”…Los mensajes se convertían en gritos de auxilio. Ni el eco de su mente le daba respuesta alguna. Solitaria resignación.