Sigo
corrigiendo faltas de ortografía sin parar. Levanto una piedra y aparecen,
paseo por mi pueblo y me sorprenden tras las esquinas, me buscan, y cuando me
encuentran, abro mis ojos sonriendo. Convivo con ellas. Me dan de comer.
Acabo de ver una mientras voy a bailar tango: “Ay naranjas para
zumo”.
El
tango lo veo difícil. Creo que no tengo futuro en este campo. Aun así, yo sigo
yendo a clase. Me divierto y me ayuda a concentrarme. Me gustan mucho los
profesores –una pareja–, ella es excepcional, le hace sombra a él; por
eso es casi invisible, aunque la complementa. Tal vez siga empeñada por
ellos. No tengo que hablar, ni corregir faltas de ortografía ni ser más
agradable de la cuenta ni decir lo que pienso ni qué siento, sólo escuchar las
indicaciones que me dan con el cuerpo, dejarme guiar, aunque es difícil
entender y obedecer sin palabras. Es como la meditación, pero más complicado
porque debes meditar acompañada y al unísono, o como aprender inglés. En algún
momento encajará lo que asimilas. Ya fui a una milonga, que es un baile organizado
para "bailar tangos". Nadie habla, todo el mundo está ensimismado y
muchos hombres entregados a esta misión. Ellos son los que conducen.
“Es una
forma de vida”, dicen las muy apasionadas.
Yo,
será que estoy despojada de partes emocionales relativas a formas de vida. Las
pierdo todas. Todavía ando buscando una y sé que no va a ser el tango.
Autora
invitada: Julia.