Un despertar azorado fue
el recibimiento del miércoles a Toñito el basurero. Estremecido, percibe el
momento en que abrió los ojos: respiración entrecortada, 106 pulsaciones por
minuto, golpes de fuerte sudor y rápidamente tensionado. Pavor, pero por qué,
de qué. Estrechamente abrazado por la sensación de una catástrofe desconocida
aún pero cargada de realidad. Estaba seguro de no estar viviendo un sueño, o
mejor una pesadilla.
Ya no fue capaz de cerrar
los ojos, tanto por el miedo como por la suciedad. Se le ocurrió hacerlo en un
intento de dormir como fuera para huir o refugiarse de lo que le ocurría. Sus
párpados no recibían la orden de su cerebro. Se estaba haciendo daño en las palmas
de las manos con las uñas largas y ennegrecidas al apretar los puños.
Trató de concentrarse en el sentido del oído. Un goteo a
intervalos de unos 3 ó 4 segundos entre gota y gota. Ningún ruido más, ni
siquiera silencio.
Un ambiente cargado.
La vista era inútil, ni
siquiera se acostumbró a la oscuridad como para distinguir siluetas. Le
perseguían las brumas luminosas que le penetraban por todos sus poros y le
rodeaban incitándole a tragar y tragar.
El olfato fue el siguiente
sentido en el que fijó su atención. No tuvo que inspirar. Un tufo a salfumán
mezclado con orín rancio le provocó y por unos momentos le conquistó por la
fuerza. Sus partes estaban muy húmedas y al oler su mano comprobó que no era a
causa del sudor como hubiera deseado que fuera. No sabía cuántas horas llevaba
durmiendo, no podía saber si parte o la totalidad del orín rancio podría ser
suyo. Al estar en posición fetal comprobó, sin gran esfuerzo, que se encontraba
calzado con botas. Estaba totalmente vestido, incluso con una especie de
gabardina.
Hasta ahora el miedo no le
había permitido tomar la iniciativa para hacer más averiguaciones.
Debía pensar, una tarea
harto difícil teniendo en cuenta su estado.
El gusto. No tenía gusto. La
boca la sentía tan seca que parecía que hacía siglos que por su lengua, su
paladar y sus labios no había pasado ni una sola gota de saliva.
¡Dios, qué sed!
Escuchó su pensamiento
pero no identificó su voz.
La cabeza, sólo ocupada
por un fuerte dolor, le avisaba de que algo había para justificar ese rabioso malestar,
la resaca, clínicamente denominada jaqueca de resaca, causada habitualmente por
la ingesta desmedida de alcohol
Y revivió entre los
ardores, el frío y su miedo que no cesaba, cuando su abuelo prohibió que siguieran
vendiendo colonia a granel –
concretamente Agua de España se llamaba– a
los borrachines de la plaza que venían a comprarla por litros –0.25 ptas. el litro– al averiguar por boca de uno de ellos que la utilizaban para bebérsela.
Una noche a la intemperie para que se evaporara la fragancia, obteniendo un
alcohol de alta graduación y con cierto sabor a jazmín o a claveles. Vete tú a
saber.
Toñito, por más esfuerzos
que hacía, no lograba recordar. Sabía que sus últimos pasos los dio con Felo,
el chófer, y por deducción podría estar en su casa. ¿Y el miedo? Aún más, ¿y el
terror que lo paralizaba? Se incorporó lentamente para no romper el silencio
utilizando como referencia sonora el goteo. Ahora el miedo era más racional,
menos convulsivo.