Ramón Santana había llevado, por
encargo de su hermano, el padre de su
sobrino Juanito, un escalón finamente terminado, tres piezas de cantería que
encajaban a la perfección debajo de una arcada sostenida por dos columnas sobre
cuya obra descansaba una cruz, estaba
situado en el zaguán de una gran casa de Vegueta; el zócalo ya estaba
puesto.
Juanito encontraba un enorme
placer al escuchar las aventuras, verdaderas o falsas de su tío Ramón; caía embelesado entre sus palabras, y una
sonrisa cómplice le asomaba cuando en silencio miraba a su tío con adoración.
Las mulas habían llevado la carga
y bajaban por los riscos –contaba Ramón–, derrapando unas veces y a buen paso
otras. Desde la madrugada iniciaban el camino y
el recorrido era largo para
llegar a Las Palmas. Ramón no iba solo. Una caravana iniciaba el cortejo. El trasiego
de mercancías se hacía necesario. Él iba
a lo que iba, los demás al muelle de San Telmo, donde tenía lugar el
trueque de pájaros, frutas, verduras, pañitos curiosamente bordados, loza de
barro cocido, mantelitos calados…, por otros productos como jareas, dátiles,
higos, harina, sal, especias, granos, conservas, tabaco y penicilina, tan necesarios para aquellos difíciles
tiempos.
Una vez que Ramón cumplía el
encargo y las mulas ligeras de cargas, y
a pesar de recordar las palabras de su madre:”Ramón, tú mira bien lo que haces,
¿no estarás atravesando el istmo y yendo al Teatro de Los Millares? , ¡mira que
no es la primera vez que te metes en pleitos y ya en una ocasión te enamorisquiaste de aquella cantante
peninsular que te trajo más disgustos que alegrías!”.
Ramón vivía con placer cada viaje a Las
Palmas, imaginando primero el momento, luego lo disfrutaba y luego, luego lo iba a vivir intensamente
con su recuerdo: las mulas atravesaban el istmo y salpicaban espuma salada, el
olor a mar le invadía el alma y…, otras caras, otras gentes, otros olores,
otras historias y otras pasiones. Sentado
en el teatro de Los hermanos Millares en el Puerto, fumándose un puro, envuelto
en su humo y en el de los demás, gozaba como nunca, ¡le daba igual una película
que un cuadro de música española con
guitarristas en vivo!