domingo, 25 de agosto de 2013

El sarandajo (Capítulo 3)

Mundos desconocidos y pasiones extrañas
Ramón Santana había llevado, por encargo de su hermano,  el padre de su sobrino Juanito, un escalón finamente terminado, tres piezas de cantería que encajaban a la perfección debajo de una arcada sostenida por dos columnas sobre cuya obra descansaba una cruz, estaba  situado en el zaguán de una gran casa de Vegueta; el zócalo ya estaba puesto.
Juanito encontraba un enorme placer al escuchar las aventuras, verdaderas o falsas de su tío Ramón;  caía embelesado entre sus palabras, y una sonrisa cómplice le asomaba cuando en silencio miraba a su tío con adoración.
Las mulas habían llevado la carga y bajaban por los riscos –contaba Ramón–, derrapando unas veces y a buen paso otras. Desde la madrugada iniciaban el camino y  el recorrido era largo  para llegar a Las Palmas. Ramón no iba solo. Una caravana iniciaba el cortejo. El trasiego de mercancías se hacía necesario. Él iba  a lo que iba, los demás al muelle de San Telmo, donde tenía lugar el trueque de pájaros, frutas, verduras, pañitos curiosamente bordados, loza de barro cocido, mantelitos calados…, por otros productos como jareas, dátiles, higos, harina, sal, especias, granos, conservas, tabaco y penicilina,  tan necesarios para aquellos difíciles tiempos.
Una vez que Ramón cumplía el encargo y las mulas ligeras de cargas,  y a pesar de recordar las palabras de su madre:”Ramón, tú mira bien lo que haces, ¿no estarás atravesando el istmo y yendo al Teatro de Los Millares? , ¡mira que no es la primera vez que te metes en pleitos y ya en una ocasión te enamorisquiaste de aquella cantante peninsular que te trajo más disgustos que alegrías!”.

 Ramón vivía con placer cada viaje a Las Palmas, imaginando primero el momento, luego lo disfrutaba  y luego, luego lo iba a vivir intensamente con su recuerdo: las mulas atravesaban el istmo y salpicaban espuma salada, el olor a mar le invadía el alma y…, otras caras, otras gentes, otros olores, otras historias y  otras pasiones. Sentado en el teatro de Los hermanos Millares en el Puerto, fumándose un puro, envuelto en su humo y en el de los demás, gozaba como nunca, ¡le daba igual una película que un  cuadro de música española con guitarristas en vivo!