La Quebrada de Pumamarca se encuentra
al noroeste de Argentina, en la Provincia de Jujuy, ofrece un paisaje estremecedor.
Es un valle estrecho y alargado. A ambos lados de la Quebrada hay formaciones
montañosas de colores, donde la naturaleza las pintó con tonalidades del
blanco, rojo, naranja y amarillo. Extraordinario.
En la carretera que me llevaba a
los diferentes poblados de montaña con casas de adobe, antiguas iglesias y
ruinas que resisten el paso de casi 10 mil años, los indios de la etnia Kolla disponían,
en la orilla del camino, puestos de venta donde ofrecían artesanía, tallas de
madera, cerámica, telares, cestería… Más allá, los vendedores eran niños
pequeños, muy pequeños, que extendiendo unos mantelitos, colocaban
ordenadamente sus productos y se sentaban detrás, esperando.
Me acerqué con inquietud y mis ojos
se clavaron en sus manitas cuarteadas por el frío que se movían con rapidez
sobre el mostrador improvisado, donde aparecían collaritos, pulseras, peinillos
de hueso, algunas golosinas, llaveros –de donde pendían instrumentos musicales típicos de esa región–, y varios grupos de papas amontonadas de
cinco en cinco, formando una sucesión de pirámides en el borde del mantel.
Eran como nuestros niños, iguales,
con ojos, boca, nariz…, extremidades y con cerebro, también hablaban.
Compré algunos objetos y chicle.
Entregué un billete. Hizo la cuenta y me devolvió correctamente.
–¿Cuántos años tienes?
–Cuatro años, señorita.
Silencio.
¿Occidente?
¿Políticamente correcto?
¿Tolerancia?
¿Respeto?
¿Derechos?
¿Derechos de los niños?
¿Tercer Mundo o submundo?
¿Hambruna?
¿Igualdad?
Indolencia.
Escala de valores.
Niveles de contento.
¿Esperanza?
Sentí miedo de los humanos, y de
los humanos con poder, y de los humanos que deciden y de los humanos con
dinero, y de los gobernantes y de los alcaldes y de los concejales y de los liberados
sindicales y de los que opinan sin documentarse y de los directores de algo, y
de …, en general, de los humanos.