En gratitud a su hierática pero intensa compañía.
A mí me gusta escribir y él era un escritor. Hombre de pocas palabras y muchas letras. Me atraía además su expresión perdida, y su soledad elegida lo hacía inasible a los que nos consideramos cuerdos. Lo percibí siempre lejano y con el alma llena de ansiedad dolorida. Me conmovía aquel hombre. Yo lo miraba de soslayo para no distraerlo de sus pensamientos. Su voz sonaba como si estuviera al otro lado del agua. Hablaba corto, no sonreía aunque me acompañaba su silencio.
Parece oculto,
entre negrura y fuego.
Parece lóbrego,
entre malicia y tristeza.
Parece lejano,
entre páramos y desiertos.
Sin embargo,
hablas de tu alma,
cercana, clara y conocida.
No es el Infierno.
Tú lo conoces.
¿Ya has descubierto el vacío?
¿Has paseado por la galería
del alma?
¿Te has sentado en el abismo?
¿Eres un muerto que respira?
Que respira sin merecer el
aire.
¿Te han presentado al Amor?
Y lo saludas como un extraño.
¿Y el poder? ¿Y el dolor?
No el que te causa haberlo
originado.
El dolor que tú has causado.
¿Lo has sentido?
No, porque te faltaría el aire.
Quedarías mudo por falta de
aliento.
Sordo por no oír la verdad.
Ciego por no ver otras
lágrimas.
Y sólo palparías tu propio
egoísmo.
Hojas muertas
entre las páginas de un libro.
Lágrimas añejas
en un pañuelo.
Pétreas legañas
en la almohada.
Las canas de tu
sien.
El aliento senil
de tu boca
La tez arrugada.
Todo eso también
es vida. O lo fue.
Descanse en paz
la Vida.
Fotos: El Roque Nublo.